Fuente: Esglobal.org
Caracas tiene enormes deudas con Pekín, quien desconfía del Ejecutivo de Maduro y su inestabilidad económica y corrupción. Aún así, la alternativa de una oposición apoyada por Estados Unidos le genera muchos más recelos.
La lucha de legitimidades en Venezuela entre Nicolás Maduro y Juan Guaidó se ha trasladado a la escena internacional. El apoyo explícito de Donald Trump a la oposición venezolana y el de Vladímir Putin al del oficialismo ha generado titulares, de cariz geopolítico, en los que se presenta esta lucha interna como el pequeño campo de batalla de una nueva guerra fría. A esta presunta división en bloques se ha sumado la figura de China, poniéndola del lado de Maduro. Para los críticos con el régimen venezolano, este apoyo serviría para demostrar todavía más el carácter antidemocrático del chavismo (dime quién te apoya y te diré cómo eres). El oficialismo, en cambio, intenta repetir la idea de que la segunda economía mundial y único rival actual de Estados Unidos le respaldará sin fisuras por afinidad “antimperialista”.
Pero, ¿realmente Pekín apoya incondicionalmente a Maduro? ¿Qué papel ha tenido la economía china en el desarrollo del chavismo? ¿Por qué China tiene interés en Venezuela? ¿Ha sido la implicación de Pekín en Caracas, mediante préstamos e inversiones, una buena apuesta? ¿Es Maduro un aliado de China, o más bien un enorme dolor de cabeza?
Para responder estas preguntas es clave retroceder un par de décadas, a los inicios del chavismo. En 1999, cuando Hugo Chávez llegó al poder, el anterior gobierno de Rafael Caldera ya había establecidovarios acuerdo petroleros con Pekín, que Chávez mantuvo. Como explica en este artículo el experto en América Latina y China, Matt Ferchen, la relación entre ambos países se consolidó durante el llamado “boom de commodities”, una etapa que empezó en el año 2000 hasta la crisis económica, en la que el precio de las materias primas aumentaba cada año de manera considerable, debido a la gran demanda de países como China o India, en pleno e intenso proceso de desarrollo económico. Eso hizo que América Latina, una de las zonas con mayor cantidad de materias primas —las mayores exportaciones al gigante asiático son el hierro, el petróleo, el cobre y la soja—, tuviera altos índices de crecimiento durante ese período. Según datos del Banco Mundial, los precios de las materias primas (el crudo es un caso aparte) subieron desde 1999 a 2008 en un 130%, debido a esta enorme demanda.
Un país enormemente rico en recursos como Venezuela se benefició de esta tendencia. Por su parte, el propio gobierno de Chávez promovió que las exportaciones de petróleo se diversificaran de Estados Unidos, enfocándose más hacia esos demandantes hambrientos como eran China e India. Pero mientras Nueva Delhi se dedicó solo a comprar crudo, Pekín apostó por adentrarse más en la economía chavista. Gracias a préstamos e inversiones en Venezuela, el gigante asiático buscaba una acceso más privilegiado al sector petrolero, los recursos mineros del país y su mercado de consumidores. La apuesta de Pekín parecía lógica: necesitaba petróleo y tenía mucho dinero, y Venezuela necesitaba dinero y tenía mucho petróleo (es el país con más reservas del mundo). El gobierno chino podía así alimentar su economía y crecimiento galopante y Chávez podía continuar con sus políticas sociales —y también clientelistas— de redistribución de la riqueza. Pekín estrechaba más sus lazos con América Latina y Chávez aprovechaba esa proximidad mediante su retórica antiestadounidense (de la que China se distanciaba).
Varios factores, como la corrupción institucional o la llegada de menos petróleo del prometido, empezaron a enfriar esta relación, aunque el hecho clave que cambió el tono fue la muerte de Chávez en 2013. Con la llegada de Maduro aumentó la desconfianza china ante las promesas venezolanas, cosa que la posterior y enorme caída del precio del petróleo —de 115 dólares el barril a mediados de 2014, a 35 dólares a inicios de 2016— no hizo más que agravar. También aumentó la corrupción, la inestabilidad política y se profundizó un enorme declive económico.
¿Por qué China, simplemente, no se retiró de este escenario caótico? En parte, por la fallida apuesta que había hecho con una serie de préstamos a Venezuela pagados a cambio de petróleo, buena parte de los cuáles nunca vio de vuelta. Según datos de Diálogo Inter-Americano en colaboración con la Universidad de Boston, Venezuela ha sido el país de América Latina que más préstamos ha recibido de China: de 2007 a 2016, unos 62.000 millones de dólares (cerca de 59.000 millones de euros), repartidos en 17 préstamos. Le sigue Brasil, la mayor economía latinoamericana, con 42.000 millones. El problema es que casi un tercio de los préstamos que China dio a Venezuela nunca han sido devueltos —y la actual situación interna del país ha hecho que esa posibilidad se reduzca todavía más—.
Pese a todo —y además de por hambre de petróleo— China sigue interesada en Venezuela. Pekín ha realizado inversiones pensando en otras materias primas, en especial en el sector de la minería. El gigante asiático ha conseguido acceso a reservas de coltán venezolanas por valor de 100.000 millones de dólares. Además, el país latinoamericano tiene reservas de oro por valor de 200.000 millones y de hierro por otros 180.000 millones. Es, además, productor de torio, un valioso combustible nuclear más abundante que el uranio y posiblemente más seguro.
La desconfianza hacia el Gobierno venezolano ha hecho, eso sí, que Pekín haya cerrado el grifo en los últimos años. En 2017 Maduro no consiguió arrancar ningún nuevo préstamo de China y en 2018, durante su visita a Pekín, tampoco lo logró. Venezuela ha reducido sus exportaciones de crudo hacia China por debajo de lo esperado (y, además, estas han subido de precio), lo que ha creado malestar en el Partido Comunista chino. También ha habido colaboraciones tecnológicas y de infraestructuras que han quedado abandonadas a medias por la mala gestión y la corrupción que impera en el país latinoamericano.
Desde esta tendencia de progresivo enfriamiento y desconfianza llegamos a la situación actual: ¿por qué China, si ha tenido todos estos problemas con el Ejecutivo de Maduro, no apoya a Guaidó? Por un lado, porque Pekín tiene una política exterior muy clara: la no intervención en asuntos internos de otros países. Eso le permite diferenciarse del intervencionismo de Estados Unidos; por el otro, muestra coherencia con su retórica de que ninguna fuerza extranjera debe intervenir en los asuntos internos de China. Su política exterior es siempre apoyar la estabilidad y el statu quo, ya sea democrático o autoritario —eso le ha permitido, por ejemplo, moverse como pez en el agua en Oriente Medio—. Mejor un gobierno dictatorial y corrupto conocido, que una alternativa que podría traer el caos.
Eso no quiere decir que esta política del mal menor sea acrítica. Los medios de comunicación chinos no esconden la catastrófica situación económica y la inestabilidad política que vive el país. En un artículo en el China Daily, por ejemplo, el investigador Mei Xinyu apuntaba cómo la dependencia rentista y la mala gestión había sumido a Venezuela en la inflación, la deuda y la corrupción generalizada.
Por otra parte, un editorial de este mismo diario reflejaba fielmente la postura del Gobierno chino: ni China, ni Estados Unidos, ni otros países deben intervenir en Venezuela. Pekín considera (fiel a su política de mantener la estabilidad apoyando al statu quo) que el respaldo de EE UU a Guaidó —mientras Maduro mantiene el poder institucional y militar efectivo— acerca más a Venezuela a una guerra civil. El caso sirio está en la mente de los mandatarios chinos.
Eso no quiere decir que China apoye incondicionalmente a Maduro, ni que no haya mantenido contactos con la oposición. Precisamente, en una reciente rueda de prensa, un portavoz del Ministerio de Exteriores chino, Geng Shuang, afirmó que Pekín ha estado “en cercana comunicación con todas las partes [implicadas]” en el conflicto venezolano, y que trabajaría con todas ellas “para promover conversaciones de paz”.
El principal miedo de China es que Guaidó, forzado por Estados Unidos, tenga intención de no pagar las deudas que se contrajeron durante el chavismo, o que haya algún tipo de bloqueo a la compra de petróleo o a las inversiones chinas en Venezuela. En pleno embate contra Pekín, el Washington de Trump está usando nuevas y controvertidas medidas para minar el poderío chino, y no es descartable que aproveche para asestar otro golpe a su rival asiático “vía Venezuela”.
Como apunta en este artículo la experta del Council on Foreign Relations, Rocío Cara, el temor de China al cambio de liderazgo se podría rebajar si el líder opositor se compromete a pagar esas deudas pendientes. Pero la postura de Guiadó no está demasiado clara: en una reciente entrevista con Bloomberg, el líder de la oposición venezolana dijo que se pagarán todos aquellos acuerdos que hayan sido “legales”. En plena puesta en duda del sistema político y jurídico venezolano, eso es casi equivalente a no decir nada. Guaidó también ha afirmado que, si consigue el poder, las inversiones chinas serán bienvenidas y tendrán un clima empresarial mejor. Aunque a la vez se oyen críticas antichinas desde su propia bancada: hace pocos días, uno de los principales asesores económicos de la oposición tachó los préstamos chinos de “una desgracia” que no ha ayudado en nada a Venezuela.
Si existe algún tipo de negociación entre Guaidó y Pekín, esta se hará con discreción: por parte china, para no enemistarse con Maduro; y por parte de la oposición, para no crear suspicacias a Trump. La retórica de la Administración estadounidense respecto a China y América Latina es que Pekín practica un neoimperialismo que busca endeudar y controlar a los países americanos en su beneficio. El caso de Venezuela, más bien, demuestra que Pekín es el que puede quedar enfangado —y no al revés—, precisamente debido a su principio de no intervención, que le impide forzar cambios políticos o económicos en sus gobiernos socios. Algunos críticos dicen que China debería haber presionado a Maduro, para que este realizara ajustes que hubieran evitado llegar a la situación actual. Otros, que eso habría sido “imperialismo” extranjero.
China apostó por el chavismo y falló. Pero la alternativa, a ojos de Pekín, podría ser mucho peor. El Partido Comunista chino va a observar con mucha atención el desarrollo de los acontecimientos en Venezuela. Se juega mucho en ello.