Fuente: ZoomNew
China está en una dramática encrucijada tras su ingreso al mercado del consumo, porque el aumento poblacional le supone un grave problema. Millones de chinos aspiran a prosperar. En las áreas rurales el cultivo de la tierra ya no genera el sustento de antes, por lo que la solución para millones de campesinos es emigrar a las zonas urbanas y encontrar trabajo en las industrias. Es la enorme pobreza la que los impulsa y provoca millares de estallidos violentos cada año en China. Sin solución aparente, China sabe que puede enfrentar un caos futuro: millones de campesinos en revuelta que no sienten las mejoras en sus vidas que sí poseen los que habitan las ciudades; un riesgo que ni el ejército podría contener.
Silenciar y controlar Internet pretende cortar cualquier conexión interna que pueda derivar, como pasó en otros países, en manifestaciones coordinadas. Y con el aumento del presupuesto militar se quiere enfrentar cualquier conflicto interno. Pero Pekín sabe que su poder no podría parar una revuelta social de millones de personas.
El primer paso de Pekín fue colaborar con el capitalismo aprovechando su excedente de mano de obra con escasos derechos laborales. Hoy, China es líder mundial en muchos aspectos, pero como sugiere El arte de la guerra, de Sun Tzu, pasando desapercibida, quedando en un segundo plano y utilizando su dinero para comprar el mundo. Casi todas las empresas occidentales tienen fábrica en China, casi todos los bancos tienen inversión allí, casi todos los gobiernos le deben algo a Pekín. Lo segundo, fue animar a los campesinos a acudir a las ciudades, a trabajar en empresas que suministran productos a Occidente (juguetes, tecnología, ropa, etc). Pero el espacio y el trabajo eran limitados. Por eso, lo tercero fue alentar la migración de sus ciudadanos hacia otros países. En África ya hay más de medio millón de chinos.
Para mantener la tasa de crecimiento China necesita tierra y recursos, desde petróleo a grano. América Latina y África necesitan inversión, créditos y experiencia. Pekín debe mantener la estabilidad interna y lo logra con su antiguo sistema: dar trabajo y alimento a toda su población. Por supuesto, las inversiones chinas en infraestructura en otros países buscan su propio interés. Por ejemplo: al mejorar los puertos y proyectar crear una red ferroviaria hasta allí, el objetivo último es mejorar la salida de la producción hacia China.
Esa relación estratégica va más allá de lo económico, y llega a lo cultural y educativo, a la cooperación en defensa y, por supuesto, al apoyo mutuo en política internacional, pero también genera una dependencia estructural, al estilo de las colonias con sus antiguas metrópolis. China coloniza y crea una total dependencia, sacando el máximo provecho. La competencia de las empresas y productos chinos acaba por desplazar a los locales y destruye el tejido industrial del lugar al que llega.
África y América Latina, la oportunidad
América Latina y África se especializan en producir bienes primarios y aportar recursos naturales, y China vende los bienes manufacturados y, especialmente en África, crea zonas económicas especiales para trasladar a sus empresas y emite bonos en yuanes, para internacionalizar la moneda, mediante tratados de intercambio. Todo eso dificulta el comercio real y las inversiones conjuntas. Es el modelo agroexportador de siglos pasados. Pero los gobiernos de esos países aceptan porque se sienten no dependientes de EEUU: una razón ideológica, política.
Hasta la nueva sede de la Unión Africana ha sido un regalo de China. En África, China construye carreteras, hospitales, estadios de fútbol, etc., e invierte en tecnología agrícola, además de comprar un tercio del petróleo africano y apropiarse, a cambio, del carbón sudafricano, el hierro de Gabón, la madera de Guinea Ecuatorial o el cobre de Zambia, entre otros. Los productos chinos, muy baratos, inundan los antiguos mercados tradicionales en Johannesburgo, El Cairo, Luanda o Lagos, colapsando la industria local. Las empresas chinas ganan la mayoría de grandes contratos de construcción o explotación de minas, pero implantan un sistema de trabajo con derechos laborales restringidos que acaba generando tensión social. A África casi todo llega desde China. No en vano, China es el principal socio comercial de África. Pero las críticas de gobiernos africanos, y también latinoamericanos, hacia China y sus métodos, así como a la inmigración masiva china, ya se han iniciado.
La expansión de China en África y en América Latina ha sido rápida y profunda en la última década. En el caso africano es especialmente vertiginosa por el elevado número de compras de tierras (más de 3 millones de hectáreas ya) y las inversiones en el área de producción de materias primas e infraestructura. Esas dos zonas del planeta se han convertido en el granero de China, su última reserva energética y su retaguardia estratégica. Grandes extensiones fértiles en África están despobladas y allí llega China. Con un gesto, se desprende de millones de futuros problemas y genera una riqueza que ayuda a mantener el poder del Partido Comunista.
En el Libro Blanco de las Relaciones con América Latina publicado en 2008 por el Ministerio de Relaciones Exteriores chino ya se recomendaba a las empresas chinas una mayor penetración en aquella región. Por eso, China firmó alianzas estratégicas con el Mercosur y con la Alianza del Pacífico. La cooperación llega a la agricultura, energía, infraestructura, etc. China es un socio comercial privilegiado, uno de los primeros en volumen de inversiones en América Latina (13% de las inversiones chinas en el exterior fueron allí) y un receptor principal de las exportaciones de varios países latinoamericanos. Ya es el principal, o uno de los principales socios comerciales de Brasil, Chile, Argentina, Colombia, México, o Uruguay, países a los que apenas compra materia prima e inunda con mercancías que desvanecen la industria local.
El comercio entre China y América Latina se ha duplicado en los últimos años, llegando a los 261 mil millones de dólares (210 mil millones con África). Pekín también aporta asistencia financiera, especialmente en el campo de infraestructura, y sus préstamos superan con creces los aportados por el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o los EEUU (hasta 2012 y en sólo tres años, China prestó 50.000 millones de dólares a países de América Latina; y más de 100.000 millones a África distribuidos en una docena de países). Hasta la Comisión Económica para Latinoamérica y el Caribe (CEPAL) admite que en 2016 China superará a la UE como socio comercial. Pero al fijarse con detalle, uno descubre que el 72% de las exportaciones de América Latina a China son bienes primarios.
Por eso no extraña que hasta la cultura china esté muy presente en África y América Latina. En los últimos tiempos Pekín ha abierto más de 30 sedes del Instituto Confucio en América Latina y la Televisión Central de China (con gran presencia en África), gubernamental, abrió un canal en español. Y, claro, el Diario del Pueblo también tiene su edición en español. Luego es sólo contratar a los mejores profesionales e invitarles a que expongan las bondades de China y su historia de éxito esperando que, con ello, se consigan calmar las tensiones sociales.