Fuente: Infonews
A primera vista, el ranking de las 2.000 empresas más grandes del mundo que acaba de publicar la revista Forbes no incluye a ninguna argentina. Llama la atención, si se tiene en cuenta que en el listado figuran 31 de Brasil (5 de ellas entre las 100 primeras), 9 de Chile, 6 de Colombia, 2 de Perú y 1 de Venezuela.
Pero si a la información se la consulta en detalle se advierte que hay 2 empresas argentinas que aparecen bajo la bandera de Luxemburgo, por la sencilla razón de que ese es el domicilio legal: son las siderúrgicas Tenaris (ex Siderca) y Ternium (ex Somisa) del grupo Techint, ubicadas en los puestos 515 y 1.843, respectivamente. Además, cabe suponer que la ausencia de YPF obedece a que todavía se la considera como parte de Repsol-YPF, que sí está en el lugar 141.
Aun con esas tres, la presencia es muy escasa. En parte se debe a que el ranking (que se elabora en base a la facturación, las ganancias, los activos y al valor de capitalización bursátil) sólo abarca empresas que cotizan en Bolsa, y en la Argentina varias de las más grandes no tienen abierto su capital al público, como por ejemplo Pan American Energy, Arcor o Coto. Otra razón es que las empresas locales están muy desvalorizadas por el mercado. En circunstancias normales, compañías como Telecom, Clarín, Aluar o Molinos tendrían que colarse entre las 2.000 más grandes del mundo. Y una tercera explicación a tan baja presencia es que el aparato productivo está muy desnacionalizado. Esto último ha cambiado muy poco con el kirchnerismo, a excepción del sector petrolero con la expropiación de Repsol.
El ranking de Forbes trajo como gran novedad que por primera vez muestra a una empresa china en el primer lugar, desplazando a Exxon Mobil. Es el ICBC (Industrial and Commercial Bank of China), que acaba de desembarcar en la Argentina con una apabullante campaña de instalación en el mercado a partir de la red que le compró al Standard Bank. La bandera china también flamea en el segundo puesto con el China Construction Bank y, como si eso fuera poco, en el top ten hay otras dos compañías de ese país: el Agricultural Bank of China en el octavo lugar y Petrochina en el décimo. De las 2.000 más grandes, hay 136 chinas. Sólo Estados Unidos (543) y Japón (251) tienen más. ¡Cuatro entre las primeras diez!
Estos datos se corresponden con la proyección que realiza la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), que en el informe anual sobre China que acaba de publicar augura que en 2016 ese país pasará a ser la primera potencia mundial en términos de Producto Bruto Interno (medido a paridad de poder adquisitivo, es decir que, por ejemplo, equipara el valor de una misma heladera, aunque en Estados Unidos tenga un precio mayor que en China). Con la medición tradicional del PBI el sorpaso se daría en 2020.
Pero más allá de esa carrera por la primacía global, la performance de China resulta clave para la Argentina por lo determinante que resulta para la economía mundial en general, y para la demanda de varias de las materias primas y commodities industriales que conforman el corazón de la exportación argentina. Por eso es relevante entender cuál es la magnitud de la desaceleración que registra la por ahora segunda potencia mundial.
Después de largos años de crecimiento en torno al 10 por ciento anual, el PBI chino subió “apenas” 7,8 por ciento el año pasado, y en el primer trimestre de este año el alza fue del 7,7. Xulio Ríos, un español que dirige el Observatorio de Política China y autor de varios libros sobre el tema, escribió días atrás un artículo titulado “El pinchazo chino”, donde se pregunta si el gigante asiático está ante un “ligero bache coyuntural o, por el contrario, ante una seria advertencia de nubarrones en el horizonte inmediato que pueden desdibujar los pronósticos más optimistas”. Su respuesta es rotundamente optimista. Lo fundamenta en el potencial de crecimiento de las reformas industriales que se están realizando, en el inmenso empuje que le imprime el proceso de urbanización (calcula que de ahora a 2025 unas 300 millones de personas migrarán del campo a las ciudades), en las mejoras en el funcionamiento del sistema financiero, y en la necesidad política que tiene el Partido Comunista para mantener su hegemonía.
El citado informe de la OCDE también vislumbra un futuro próspero. Para lo inmediato, pronostica que la economía crecerá 8,5 por ciento este año y 8,9 en 2014, y confía en que la tendencia se va a mantener, apoyada en un impresionante proceso de inversión, el aumento en la productividad, los fenómenos de migración y urbanización, y los elevadísimos niveles de gasto en educación e investigación y desarrollo.
Los datos sobre inversión son imponentes. Desde hace muchos años los chinos invierten entre el 40 y el 50 por ciento de lo que producen, de lo cual más de la mitad es realizado por el sector privado. Es una tasa que duplica a la de casi todos los países del mundo.
Lo mismo acerca del tamaño de mercado. En el marco del Salón del Automóvil que tiene lugar en estos días en Shanghai se dio a conocer una proyección que señala que en el año 2020 se venderán en China 32 millones de autos, igualando lo que se espera de ventas en Estados Unidos y Europa sumados.
Una de las consecuencias negativas de la introducción acelerada de capitalismo y de mecanismos de mercado en un país que, encima, no es democrático, ha sido la pronunciada ampliación de la brecha de desigualdad. Sin embargo, hay indicios de que el proceso se ha frenado: por primera vez, en enero de este año el gobierno chino difundió datos estadísticos sobre desigualdad social, y muestran que luego de un pico alcanzado en 2008 ha ido bajando levemente.
No es casual que el primer número de la revista Explorador que aquí publica la editorial de Le Monde Diplomatique está dedicado a China con el título “La dueña del futuro”. En el último de los artículos escrito por el experto de la Universidad Nacional de Tres de Febrero Sergio Cesarin, se lee que “es probable que el siglo XXI sea ‘otro siglo de China’ y que su experiencia de cambio aporte nuevas categorías y valores al debate intelectual del presente y del porvenir”.