Fuente: ABC.es
El país debe ralentizar el crecimiento de su deuda y la única manera eficaz de hacer esto es reduciendo la inversión, lo que conlleva un crecimiento más lento a corto plazo
Este año posiblemente se convierta en el principio del período más difícil para China desde el inicio de las reformas de 1978. A pesar de que los hogares chinos se han beneficiado de años de crecimiento rápido, su participación en la economía ha caído pronunciadamente en las últimas tres décadas. Además, el creciente desequilibrio en los ingresos ha convertido a la sociedad china en una de las más desiguales del mundo.
Como resultado, la mayoría de hogares chinos recibe un porcentaje increíblemente pequeño de lo que producen. Por eso el consumo doméstico, que en la mayoría de países supone el 60-70% de la demanda total, es tan bajo en China, muy por debajo del 40% de la demanda total.
En España estamos acostumbrados a que el exceso de consumo sea un problema, pero un consumo muy reducido puede ser un problema aún mayor. Con un consumo doméstico tan pequeño, el crecimiento económico chino depende principalmente del aumento de las inversiones, pero después de tantos años con la mayor tasa de inversión del mundo, China ya no invierte de manera productiva. Durante años ha desaprovechado inversiones gastando desaforadamente.
Las inversiones desaprovechadas generan crecimiento a corto plazo, pero también conllevan un crecimiento de la deuda mucho más rápido que la capacidad de devolución y los niveles de deuda chinos son ya excesivamente elevados. Para protegerse del peligro de una crisis de deuda, China debe ralentizar el crecimiento de su deuda y la única manera eficaz de hacer esto es reduciendo la inversión. Un descenso en la inversión obviamente conlleva un crecimiento económico más lento a corto plazo.
Éste es el desafío al que se enfrenta Pekín. Los nuevos líderes chinos han dejado claro que quieren cambiar el modelo de crecimiento del país pero que no será fácil. Grupos y familias con poder se han beneficiado enormemente del actual modelo de crecimiento. Si Pekín reduce la inversión, el poder y la riqueza de estos grupos y familias caerán drásticamente, por lo que se opondrán a dicha medida
Esto no es un problema nuevo. Muchos países en vías de desarrollo han experimentado períodos de crecimiento rápido, pero siempre han encontrado enormes dificultades para ajustarse una vez cambian los requisitos económicos del país, en gran parte porque sus élites empresariales y políticas se han opuesto firmemente a las reformas necesarias.
Por ejemplo, muchos países de Latinoamérica, siendo el caso más conocido el de Brasil, experimentaron crecimientos económicos «milagrosos» en los 60 y 70 pero a mediados de los 70 sus economías contaban con enormes desequilibrios. La deuda, al igual que en el caso de China, estaba creciendo demasiado rápido.
Resultó extremadamente difícil para estos países reformar sus economías. Los grupos que se habían beneficiado del gasto desaforado del gobierno no querían que se pusiese freno a dicho gasto. Habían adquirido tal poder que pudieron vetar las reformas, con lo que Brasil y el resto de países de Latinoamérica siguieron invirtiendo demasiado y creciendo rápidamente hasta finales de los 70, incluso cuando las economías de Estados Unidos y Europa se encontraban en recesión.
Sin embargo, al estar impulsado por el aumento de la deuda, el crecimiento no se pudo mantener y en torno a 1980-81 se redujo tan radicalmente que los gobiernos de estos países encontraron cada vez mayores dificultades para pedir préstamos, ya fuera en su propio país o en el extranjero. Una vez se redujo el crecimiento, la deuda se convirtió en un problema tal que en los 80 Latinoamérica se vio sumergida en una crisis de deuda con una «década perdida» de crecimiento negativo, desempleo elevado y agitación política.
Esto no quiere decir que las perspectivas de China sean necesariamente las mismas, pero es importante recordar que a lo largo de la historia casi todos los países que han vivido varios años de crecimiento milagroso impulsado por elevados niveles de inversión han sufrido o una crisis de deuda o una década perdida de crecimiento. China debe transformar urgentemente su economía si quiere evitar esta suerte.
Los nuevos dirigentes chinos son cada vez más conscientes de lo que deben hacer. Deben recortar la inversión y devolver a los hogares un mayor porcentaje de lo que producen subiendo considerablemente los salarios y pagando tasas de interés mucho más elevadas a las familias que confían la mayor parte de sus ahorros en depósitos bancarios.
La cuestión es que estas reformas suponen que la riqueza pase de las empresas de propiedad estatal y los gobiernos locales a hogares y pequeñas empresas, lo que muy probablemente tenga una acogida más bien pobre entre algunos grupos de poder. Ya en los últimos dos años los chinos ricos han estado sacando dinero del país a un ritmo vertiginoso a medida que aumenta la preocupación en torno a la incertidumbre política y financiera.
El gran desafío de Pekín es superar esta resistencia; debe reducir drásticamente la inversión por muy poderosos que sean los intereses que se le opongan. Si es capaz de hacerlo en los próximos años, el crecimiento chino se ralentizará notablemente pero su economía se fortalecerá y se hará más sostenible.
Si, por el contrario, Pekín no logra este objetivo, es posible que los niveles de crecimiento se mantengan elevados uno o dos años más mientras se siga invirtiendo dinero en proyectos con poco valor económico, pero la deuda seguirá aumentando a un ritmo insostenible y a la larga Pekín se verá obligada a enfrentarse a sus problemas. Es mucho lo que está en juego y el resultado es incierto, lo que está claro es que el 2013 será un año decisivo para China.
*Michael Pettis es catedrático de Finanzas en la Universidad de Pekín y asociado principal en la Fundación Carnegie para la paz internacional