América Latina, ¿zona de conflicto entre China y Estados Unidos?

Fuente: El Nuevo Herald

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En el año 2017, Graham Allison, académico de Harvard, escribió un libro titulado “Destinados a la guerra: ¿Pueden China y los Estados Unidos evitar la trampa de Tucídides?”, acerca de una futura confrontación bélica entre ambos países, sobre la base de una dinámica de rivalidades entre una superpotencia, consolidada en su liderazgo mundial, y una potencia emergente, que compite y amenaza tal supremacía. De los 16 casos de esta clase de antagonismos, estudiados a lo largo de la Historia, 12 de ellos terminaron en una guerra.

Hoy se acumulan las voces de que anticipan un nuevo orden mundial bipolar, basado en la concentración de poder entre Washington y Beijing.

Detrás del impacto global de la pandemia en la salud y los estragos que está provocando en la economía mundial, –el reciente informe de la Organización Internacional del Trabajo causa estupor por las cifras proyectadas– la geopolítica ya viene ejerciendo sus propios efectos en materia de crecientes tensiones internacionales. Indudablemente, el foco principal es y será el proceso que sigan las ya maltrechas relaciones entre Estados Unidos y China.

Ambas naciones han seguido el curso tortuoso de crecientes disputas, fomentado por una concentrada y peligrosa dependencia económica de Occidente hacia China, como su principal plataforma industrial. Esta relación parece haberse trizado en forma irreversible, a partir del estallido de la pandemia. Las naciones occidentales se despertaron de este engaño, a causa de la crisis de suministros médicos, provocada precisamente por esta cuasi exclusividad de China como proveedor estratégico.

Antes de la pandemia, Washington y Beijing mantenían la inconclusa guerra tarifaria, con todos los razonables fundamentos por parte de Estados Unidos, en cuanto a las prácticas aplicadas por el régimen chino en materia comercial y económica, en perjuicio de los intereses de las empresas extranjeras. Sin embargo, el problema tarifario es tan solo la punta de un gran iceberg, en donde la competencia por el liderazgo tecnológico es el principal centro de conflicto. Era inevitable, que tarde o temprano, el rol de China como socio económico del capitalismo occidental, se viera amenazado por las propias ambiciones de este país en materia geopolítica. En el curso del tiempo iba a surgir un choque de agendas y visiones del mundo. La pandemia parece acelerar esta colisión.

En los influyentes círculos de los “Think Tanks” cercanos a Washington, comienza a circular la tesis de la responsabilidad de China, sobre la catastrófica e irresponsable combinación de ocultamiento y negligencia, por parte del régimen de Xi Jinping, y por su tardío aviso al mundo acerca de la gravedad de la situación sanitaria. Es posible que las acusaciones agreguen mayores tensiones en el ya complejo tablero global.

Desde su apertura al mundo en 1972, China ha seguido una ambiciosa política expansionista. América Latina se convirtió en un verdadero emporio de commodities, fundamentales para saciar el apetito de una población china cada vez más grande y menos pobre, y para llenar los hornos de sus acerías y surtir de energía a sus miles de fábricas, que inundan de bienes a un Occidente cada vez menos industrial y más dependiente del capitalismo en versión comunista. Esta demanda voraz explica la bonanza de la mayor parte del continente desde el 2005 hasta el 2015, como también la cercanía de Xi Jinping con la dictadura de Nicolás Maduro, mientras el petróleo venezolano fue de utilidad para China como consumidora y socia petrolera.

Este ciclo expansivo ha declinado y al continente le siguen desde entonces años de crecimientos bajos, que se reflejan en las crisis políticas y sociales que estallaron en el 2019. El eventual escenario post-pandemia establece ahora nuevas situaciones, que cobrarán una importancia determinante en los tiempos que siguen.

En primer lugar, existe la alta posibilidad de una escalada de las tensiones entre Washington y Beijing. De cuán grande sea su impacto dependerá si el presidente Trump termina por radicalizar el conflicto, señalando a China como responsable de los daños de la pandemia, llevando al mundo a una polarización de imprevisible desenlace. Un hecho condiciona esta posibilidad y es el resultado de las elecciones presidenciales en noviembre. Aunque no hay motivos claros que indiquen que, con Joe Biden como presidente, las tensiones disminuyan. El mundo post-pandemia aún está por configurarse, aunque ya es factible descontar una certeza: este será inestable y volátil. Las brutales secuelas económicas tendrán impacto en la política interna, en el orden social y en la geopolítica.

En segundo lugar, cabe preguntarse qué grado de importancia tendrá América Latina en este orden post-pandemia y en un teatro de mayor confrontación de Estados Unidos con China. ¿Volverá a instalar la Casa Blanca de Trump aquello de “o están con nosotros o en contra”, en este caso, en relación a nuestro continente como proveedor de recursos esenciales a China?

Pero hay un tercer factor, que podría llegar a ser el más determinante, para ubicar a América Latina como territorio del hipotético conflicto entre ambas superpotencias. Siguiendo el impactante anuncio realizado en noviembre del 2019 por Telefónica, acerca del repliegue de sus operaciones directas de telefonía celular en la región, a excepción de Brasil, ¿es posible considerar el interés de China en ocupar ese eventual espacio que dejaría la operadora española, estableciendo así un dominio tecnológico en plataformas de conectividad, como una victoria en la carrera tecnológica con Estados Unidos?

Los tiempos que siguen avizoran una situación impredecible para el tercer mundo y los países emergentes. América Latina no escapará a estas secuelas económicas y geopolíticas, todavía desconocidas. En el orden mundial que surja, sus países enfrentarán complejas decisiones que deberán tomar, en cuanto a las eventuales presiones de Washington y Beijing.

Escritor uruguayo y profesor de Geopolítica.

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