Fuente: Mininpress
Mucho se están discutiendo los acuerdos de cooperación económica entre la Argentina y China y las consecuencias que de éstos podrían derivarse. En este artículo analizo el contexto histórico y coyuntural que los rodea para poder realizar un análisis despolitizado del tema.
Una primera observación es que el avance de las inversiones de China no se da exclusivamente en la Argentina, sino en todos los países de Latinoamérica y se ha dado años atrás en África. Forma parte de la necesidad económica de China de acceder a materias primas, exportar servicios y equipamiento, y expandir su mercado de exportación para no ser Estados Unidos-dependiente, o un plan de hegemonía política e ideológica. Es interés de China integrarse en el mercado mundial y esto incluye a Estados Unidos y al mismísimo Wall Street. China es el país con mayor tenencia de US Treasury Bills, pero sus principales empresas, aun estatales, cotizan en Nueva York.
Esta expansión ha coincidido hasta ahora con la pérdida de influencia de Estados Unidos en la región, embarcado en combatir el terrorismo islámico, las guerras de Irak y Afganistán, la crisis económica interna luego del colapso de Wall Street y el costo de salvataje de industrias básicas del desarrollo americano como la automotriz y el sistema financiero. Estados Unidos ha estado y estará en el corto plazo abocado a solidificar la aparente recuperación de su mercado interno, consolidando su crecimiento y embarcándose en una leve política de redistribución de ingresos, ya que no sólo hay áreas postergadas, sino que, por ejemplo, el salario mínimo no se ha ajustado en los últimos años, mientras que los ingresos de los niveles más altos de la población se han multiplicado geométricamente, creando una preocupación social que debe resolverse en el corto plazo. Reducir el déficit creado por las guerras es otro desafío. El “Washington consensus” perdió vigencia y no parece vislumbrarse una política que lo reemplace a corto plazo. Esto significa que Estados Unidos y su sector privado como generador de fuertes inversiones y financiación no será el motor de desarrollo de Latinoamérica en el corto plazo. Pero como la propia China lo hace, no debe ser descuidado o atacado.
Esta realidad debe ser tenida en cuenta en el análisis de muchos de los temas que aquejan a la Argentina de hoy y en las expectativas de los analistas. Se aplica incluso al tema de los holdouts, ya que simplemente pagar no va a generar la “lluvia de inversiones” que algunos pronostican. Hay otros factores que cualquier inversor va a tener en cuenta que hacen a la economía real de la Argentina y su estabilidad política y social. Por supuesto, un acuerdo facilitará a las provincias salir a buscar fondos al exterior, pero con el peligro de volver a empapelar al sector financiero mundial con bonos de todos los colores. Esos fondos no serán invertidos en obras, sino en los gastos ordinarios de los gobiernos provinciales.
Parecería ser entonces que la inversión china, mientras esté atada a obras de infraestructura o compra de equipamiento, no es una mala opción. Y de alguna manera, la dependencia que se denuncia es muy parecida a la que la Argentina tuvo con Inglaterra desde su independencia hasta la Segunda Guerra Mundial. China puede convertirse en el principal motor de desarrollo de la economía en la Argentina, pero no en todos los sectores. El Mercosur sigue siendo nuestro principal socio comercial.
Las similitudes de las relaciones de la Argentina con China con la histórica dependencia del Reino Unido hasta la Segunda Guerra Mundial son varias: la Argentina era un productor de materias primas (madera, carne, granos) y el Reino Unido tenía el transporte logístico y marítimo para venderlos o consumirlos. Asimismo, necesitaba de un mercado externo para la expansión de su producción y tecnología, para lo cual proveía la financiación necesaria atada a la compra de los mismos.
El primer préstamo internacional fue de Baring Brothers en 1824. Entre 1868 y 1873 Argentina recibió préstamos del Reino Unido por un importe de 11.700.000 libras. Casi todos ellos utilizados para la compra de bienes del Reino Unido. En 1888 Argentina estaba entre el 40% y el 50% de toda la inversión extranjera del Reino Unido. Ferrocarriles, puertos y transporte monopolizaba el destino de las inversiones. La inversión en ferrocarriles y bienes raíces en auge asegurados por el sistema de concesión de los mismos se tradujeron en bonos que fueron colocados en el mercado público del Reino Unido. La deuda pública aumentó, los precios se derrumbaron y el peso se devaluó fuertemente. Al comienzo de 1889 los signos de insolvencia eran evidentes. Argentina dejó de pagar hasta que una revolución instalo un nuevo presidente, Carlos Pellegrini, que volvió a abrir negociaciones con los bancos europeos y se estableció un acuerdo con Lord Rothschild en 1891.
Con la segunda guerra mundial, el Reino Unido perdió esos atributos y la reemplazo una nueva superpotencia: los EE.UU. La “asociación perfecta” no podría repetirse porque el EE.UU. era un productor de las mismas materias primas que Argentina, lo que nos hizo rivales comerciales de hecho.
Para entonces Argentina ya estaba produciendo petróleo y gas y su Banco Central tenía importantes reservas de oro. El Gobierno decidió usar esas reservas para desarrollar la industria pesada y ligera (nuclear, acero, destilerías, automóviles, etc.) y se embarcó en un ambicioso programa de desarrollo de infraestructura, carreteras, hospitales y escuelas. Expansión a toda costa era el objetivo. El experimento terminó con una economía subsidiada a todos los niveles que con el tiempo se comieron a las reservas y desencadenaron inflación.
A finales de la década de 1950 las empresas de Estados Unidos comenzaron su expansión en el extranjero y Argentina se benefició de esta ola de inversiones. Finalmente Wall Street y los bancos de Estados Unidos se convirtieron en la fuente de financiación de la mayoría de los países del mundo en desarrollo, incluyendo Argentina. La agenda de EE.UU. se centralizo en lograr “acuerdos bilaterales de libre comercio” (y no regionales) con la mayor cantidad posible de países y terminó con el famoso Consenso de Washington. Argentina en la década de 1990, finalmente estuvo de acuerdo con la idea, y adoptó una política más amistosa hacia los EE.UU. acompañando a todas las decisiones políticas de los EE.UU. y adopto un tipo de cambio fijo de la moneda local con el dólar.
Bajo este paraguas se privatizó a casi todas las empresas de propiedad estatal para poder pagar la deuda bancaria acumulada durante los gobiernos militares del pasado, se desmantelaron todas las instalaciones militares, incluyendo la fabricación de aviones, cohetes militares y proyectos nucleares, a petición de los EE.UU. También bajo este programa Argentina coloco deuda en el mercado internacional de bonos para financiar su presupuesto.
El programa económico con el tiempo se convirtió en insostenible de nuevo y terminó con el más reciente default de Argentina. La deuda soberana fue de alrededor de 132.143 millones de dólares. Los bonos soberanos representaron el 72,2% de la misma, la mayoría de ellos denominados en dólares. El default fue declarado el 24 de diciembre de 2001, ciento once años más tarde de nuestro primer default.
Argentina fue capaz de reestructurar la deuda en dos tramos: 2005 y 2010. Sin embargo, aunque el 93% de los bonistas aceptó y entró en la reestructuración, como sabemos, un grupo de tenedores de bonos (principalmente inversores activos) demandó al Gobierno y ganó sus casos contra Argentina en el distrito sur de Nueva York. El resto de la historia es conocida y no es el objetivo de este artículo. Pero la batalla legal en los tribunales de Nueva York dejó muchas cicatrices en las relaciones argentino-estadounidenses. Bien o mal Argentina tenía la expectativa de que el Gobierno EE.UU. iba a ayudar a Argentina a llegar a un acuerdo. Argentina había ayudado a Chevron para evitar un embargo sobre sus activos argentinos como resultado de una sentencia judicial firme en Ecuador, otorgó una concesión en Vaca Muerta a Chevron, pagó cuatro casos del CIADI relacionadas con las empresas estadounidenses, alcanzó un acuerdo con Repsol por la expropiación de parte de sus acciones en YPF, firmó un acuerdo de cooperación para la explotación de petróleo de esquisto y gas con los EE.UU., y finalmente firmó un acuerdo de pago con el llamado Club de París. Argentina estimaba que estas medidas iban a permitir que pudiera volver a tener libre acceso a los préstamos del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo y que la Corte Suprema Federal le diera un respiro temporal para poder negociar un acuerdo sustentable con los hold outs. Paralelamente volvería a los mercados internacionales de capital para sus necesidades de financiación. No fue el caso.
Como resultado de esta situación, China se ha convertido en la única fuente de financiamiento de Argentina, y en condiciones económicas similares que Argentina disfrutó con el Reino Unido hasta la segunda guerra mundial. En efecto, Argentina exporta materias primas a China y China proporciona el financiamiento y la tecnología para su desarrollo de infraestructura. Argentina compra equipamiento chino como se los compro a los ingleses en su momento. Pero la Argentina no es un caso aislado producto solo de sus situación interna, sino que es solo el segundo socio comercial más importante de China en América Latina, después de Brasil. Las empresas chinas buscan oportunidades de inversión activamente en todos los países de Latino América. Es decir que Argentina no es un eslabón más de una geopolítica de marco ideológico de China (o de Argentina) sino la consecuencia de los factores arriba descriptos. La lógica indicaría que frente a esta realidad Estados Unidos debería ayudar a la Argentina para recuperar su influencia, pero ello no parece ser posible a nivel gobierno y mucho menos frente a las elecciones presidenciales en Estados Unidos del 2016. China por lo tanto no parece ser una mala alternativa.
* Carlos E. Alfaro es Presidente de la Argentine-American Chamber of Commerce en Nueva York y Socio del estudio Alfaro-Abogados