América Latina y China: ¿vínculo virtuoso o neoimperialismo?

Fuente: NodalEconomia

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La emergencia de China en el comercio internacional a principio de los años noventa ha modificado el mapa mundial en forma gradual, dando cuenta de las propias transformaciones productivas internas de este país. Primero fueron los productos industriales con escasa sofisticación, las “baratijas” que se vendían en Buenos Aires en los famosos “Todo por dos pesos”.

Luego fueron productos de consumo durable, como las computadoras y los celulares, y hoy estamos asistiendo a la llegada de bienes de capital con cada vez mayor tecnología integrada a las costas de Latinoamérica. Esto implicó para nuestros países una competencia cada vez más feroz que puso en jaque todo proyecto de reindustrialización, tanto los que pretendían hacerlo con salarios altos (Argentina, Brasil), como los que siguieron la estrategia de salarios bajos (México).

En cambio de estos bienes industriales, China se lleva hacia sus puertos ingentes cantidades de recursos naturales (minerales y soja), cuya expansión desde mediado de los años noventa implicó severos problemas sociales, ambientales y económicos. En primer lugar, se han provocado procesos de éxodo rural, dada la baja necesidad de trabajadores rurales que requiere la soja, mucho menor que la cría de animales o, un mix de productos como era tradicional en las pampas argentinas.

Luego la minería a cielo abierto utilizada para extraer ciertos minerales está trayendo a lo largo de toda la cordillera de los Andes una serie de conflictos sociales por la contaminación ambiental que este proceso de extracción supone, bajo el amparo de marcos legales surgidos al calor del neoliberalismo, cuya reversión resulta políticamente compleja por los fuertes intereses en juego.

A pesar de que el gobierno chino defina la relación como una “cooperación estratégica”, lo cierto es que el patrón de intercambio comercial que surge de esta descripción de los hechos se parece mucho a los que conocieron nuestros países con la corona británica hasta mediado del siglo 20.

Sin embargo, es difícil caracterizar a China como un país del “centro” tal como Prebisch definiera a los países europeos y Estados Unidos en la posguerra. China debe pagar a precio de oro las materias primas que importa debido al reducido control que tiene sobre los mercados de commodities, mientras que su escaso dominio de las tecnologías de punta hace que su industrialización se reduzca por ahora a un mero ensamble de piezas que importa desde Corea, Japón y Estados Unidos. A la vez, queda claro que cuando China crece, atrae con ella el crecimiento de América Latina y de África, sus principales proveedores de materias primas. Esto se pudo comprobar durante el “desacople” que tuvo lugar entre 2009 y 2014: mientras China y América Latina crecían, Europa y Estados Unidos entraron en una profunda recesión. Al revés, la reducción del crecimiento chino desde el año pasado se trasladó casi inmediatamente a una reducción de los precios de los commodities y con ellos a malos resultados económicos para los demás países del BRICS, con corridas cambiarias incluidas.

Se podría utilizar la figura del ornitorrinco para caracterizar a China, porque tiene aspectos del primer mundo (como ser la locomotora del crecimiento de otros países) y otros del tercer mundo (poco control de los mercados mundiales, escaso dominio tecnológico), y por lo tanto encaja difícilmente en los esquemas conocidos. Sin dudas, la forma peculiar que toma su desarrollo, con un sector público omnipresente, con la apariencia de una transición permanente desde el socialismo maoísta hacia el capitalismo de mercado, ayuda a explicar ciertas opciones estratégicas. Pero también la fase actual del capitalismo global nos obliga a poner en cuestión las teorías conocidas: hoy ser un país con desarrollo industrial no implica ser un país desarrollado, dado que la mano de obra barata y abundante es un factor clave para la localización de las fábricas de las empresas multinacionales.

Esto último implica que, aunque hablemos de una relación bilateral, siempre existe un tercer actor presente: Estados Unidos. El que provee a China de tecnología, el que controla los mercados de materia prima, el que posee las empresas multinacionales con dominio en las relaciones económicas bilaterales, y por último, el que fabrica los dólares con los cuales se realiza el comercio y las inversiones entre nuestros países. Por eso para entender la relación entre China y América Latina en la coyuntura actual, es necesario pensar en las relaciones triangulares existentes entre Estados Unidos, China y América Latina, que conforman lo que podríamos llamar “el triángulo económico del Pacífico”.

*Coordinador del Departamento de Economía Política del Centro Cultural de la Cooperación

China en América Latina, ¿un nuevo imperialismo?

Por Gustavo Girado*

La relación -en sentido amplio- entre América Latina y China ha dado un giro que, en términos históricos, es drástico. En muy poco tiempo China se ha convertido en una economía tremendamente importante pues, dada su envergadura y capacidades, lo que haga y decida ya no es neutro para ninguna economía del mundo y -en especial- para aquellas menos desarrolladas.

El rol global que ha asumido el gigante asiático nos obliga a considerar sus opiniones, posiciones políticas, definiciones económicas e institucionales. Una decisión que China tome para corregir el funcionamiento de su economía, impacta sobre las expectativas que se tienen sobre el crecimiento económico mundial, y por lo tanto en los flujos de capitales, como acaba de ocurrir (y ocurre).

Con la toma de una decisión de inversión de envergadura, sucede algo similar. Estas acciones se vuelven determinantes, y es lo que nos convoca para discutir nuestra eventual vulnerabilidad frente a esa presencia.

Esos eventos han diseñado una creciente e inédita relación entre Latinoamérica y China, que abre las puertas a varios debates: sobre nuestro rol como proveedor de productos primarios y la eventual estratificación de nuestra oferta exportable, sobre nuestro grado de dependencia, entre los más visibles.

Para nuestro caso particular, ¿es China “nuestra” Gran Bretaña (GB) de este siglo? ¿Tienen roles equivalentes? Para definir un criterio analítico, digamos que GB era un hegemón dominante en el SXIX, financiera y tecnológicamente, amén de dominar los canales comerciales luego de sus victorias militares. Su interés por Argentina y otras economías equivalentes se restringía a pretender contar con un proveedor de alimentos baratos (reduciendo el costo salarial del obrero europeo), de calidad y en abundancia. Su grado de control sobre la economía e influencia política en Argentina eran importantes.

Entiendo que ése no es el caso de China hoy, que creo ocupa globalmente un lugar diferente dando lugar a una relación que tiene otro carácter. No es una relación entre pares, por supuesto, sino desigual en muchos planos, pero de importantes convergencias en lo político.

China es una economía en vías de desarrollo y es la que tiene la segunda mayor cantidad de pobres del planeta. Allí tiene un camino importante por recorrer, y su sector servicios, entre otros, es bien expresivo de la ausencia de desarrollo.

GB, en cambio, era la economía más avanzada del mundo. China tiene un tercio del PBI per capita de Argentina y es una de las más complementarias –strictu sensu– de nuestro país. La convergencia de intereses entre Argentina y China es importante, y una vez que nuestro país elige el sendero de desarrollo a transitar, el involucramiento con China puede propender positivamente.

Mi mirada es diferente con respecto a la dependencia económica que con GB determinaba, en amplios planos, nuestra conducta política. Hoy creo que los márgenes para tomar decisiones autónomas son mayores, y la realidad indica que convergen intereses con China para apuntalar las decisiones argentinas. Contamos con grados de libertad que antes no, y gran parte de lo que suceda con China parece referirse a cuestiones sobre las que Argentina tiene que tomar una decisión.

China tiene claro qué es lo que pretende, y políticamente asume su vinculación desde un lugar de fuerza, sí, pero atendiendo a que es un sinsentido generar las condiciones que desdibujen su imagen en Argentina como socio.

Hay aspectos grises, como lo es la mirada de China sobre Latam como una entidad antropomorfa sin distinciones, donde eventualmente constituimos una región proveedora de insumos agroalimenticios y energéticos, sin considerar nuestras realidades y diferencias, y de allí su búsqueda de un único interlocutor.

* Docente de economía en la UBA y en la UNLaM. Magister en RRII, Flacso, Argentina

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