Fuente: ElDiplo
La reciente visita a Buenos Aires del presidente chino Xi Jinping y la firma de numerosos convenios comerciales y financieros ilustran el papel fundamental que representan hoy para Argentina las relaciones con China. Lo esencial es determinar si se puede construir un vínculo que no signifique una nueva dependencia.
Pocas veces manifiestas a la luz pública, las áreas críticas que atraviesan las relaciones con la segunda economía del mundo suelen ser ubicadas en un segundo plano priorizando los beneficios de corto plazo que impone la agenda económica nacional. Sin embargo, el cuadro de situación hacia adelante comienza a mostrar fisuras y prefigura el aumento de un tono crítico a la luz de las inconsistencias por las que atraviesa la relación bilateral y que hacia el futuro pueden ahondar los límites y ensanchar la brecha de confianza. Esta línea crítica, que aspira a revisar el camino recorrido, es sostenida por varios think tanks latinoamericanos y ámbitos académicos que suelen ponderar virtudes y defectos de una relación que en la superficie se presenta como altamente promisoria para los países suramericanos pero que también esconde aristas negativas que pueden empañar lo logrado hasta ahora y abrir frentes de conflicto con la emergente China.
Por tales motivos, en ocasión de la visita del presidente Xi Jingping, algunos puntos de vista pueden servir para asumir posiciones y ajustar decisiones –políticas, económicas y financieras– considerando tanto la necesidad argentina de sostener un amplio espectro vincular en sus relaciones exteriores como el hecho de que China consolidará su posición internacional como poder planetario con incrementales capacidades político-diplomáticas, económicas, tecnológicas y militares hacia mediados de siglo.
Acercamientos
En este contexto, más allá de circunstancias históricas particulares, varios factores han cimentado el acercamiento mutuo, la construcción de confianza y el estrechamiento de relaciones en todos los planos. En primer lugar, en el “imaginario argentino” China recibe temprana consideración como cultura y civilización. Mucho antes de fundarse la República Popular en 1949, es posible descubrir huellas de su arte y cultura en el legado artístico de familias patricias de hacendados que admiran (y compran), al igual que sus “pares europeos”, exquisitas expresiones de arte provenientes de la China imperial. Las referencias son menos intensas sobre el Imperio del Centro cuando provienen de marinos argentinos que navegan las lejanas aguas del Pacífico buscando como principal destino los puertos del Japón imperial a bordo del buque escuela Fragata Presidente Sarmiento.
Más tarde, la empatía política se define por la coincidencia de visiones sobre el orden mundial entre Mao y Perón, y las necesidades económicas de la Nueva China luego del triunfo revolucionario de base campesina abren puertas a una Argentina industrial dispuesta a vender alimentos y granos para satisfacer las carencias de una sufriente población que intenta superar décadas de guerra civil e invasiones extranjeras. Como Estado comunista, a mediados de los años cincuenta, la naciente China es un paria internacional que, sin embargo, busca establecer vínculos “no oficiales” con Argentina en busca de apoyo económico y político a las puertas del surgimiento del movimiento de países no alineados.
A lo largo de los años, la política dividió pero la cultura unió. Las traducciones al idioma chino de Rayuela, delMartín Fierro por parte de Zhao Zenjiang hasta las enunciaciones borgeanas en obras como el El Aleph yFicciones donde el laberinto aparece como figura recurrente propia de la simbología china, establecieron conexiones culturales que vencieron la distancia y expusieron una matriz de valores argentinos a consideración del pueblo chino.
La secuencia posterior, es historia conocida. Desde los albores de los años 70, los vínculos bilaterales evidencian expansión y profundización; ambos países han sabido construir una densa malla de contactos políticos y económicos en diversos planos. Argentina y China sostienen permanentes diálogos sobre temas de agenda global (proliferación nuclear, cambio climático) en la Organización de las Naciones Unidas, aportan su presencia en foros multilaterales como el G20, comparten plataformas de diálogo Sur–Sur en el G77 más China, implementan cursos de acción y negociación diplomática asumiendo la vigencia de principios operativos en política internacional sobre “solución pacífica de controversias y no intervención”. China, en particular, es un actor determinante para el diseño de una estrategia externa argentina sobre Malvinas: el apoyo del gigante asiático en Naciones Unidas es un pilar para la política exterior argentina que aporta sustancia y mayor legitimidad a la reivindicación de nuestros derechos soberanos insulares y antárticos. Ambos países coinciden y operan internacionalmente, ceñidos a la primacía del “principio de integridad territorial” para someter dilemas interno-externos sobre soberanía territorial y marítima a consideración de la opinión política y pública mundial.
Diversos actores gubernamentales, no gubernamentales, subnacionales –provincias y muni-cipios–, comunidades de negocios, empresas de ambos países e instituciones académicas han tejido una densa red de contactos; científicos de ambos países intercambian experiencias y trabajan a la par en laboratorios binacionales sobre biotecnologías, uniendo esfuerzos para mejorar las capacidades binacionales de producción agroalimentaria y farmacológica. Por otro lado, empresas chinas han invertido (IED) en diversos sectores (minería, energía y agroalimentos) y una numerosa comunidad china ha encontrado cobijo en un país “abierto a la inmigración” para todo hombre de “buena voluntad que quiera habitar el suelo argentino”; actores económicos y sociales relevantes generan riqueza en suelo nacional que regresa –vía remesas– en gran parte a China para fortalecer capacidades locales de consumo. A nivel político doméstico, sin lugar a dudas las relaciones con China pueden ser incluidas en el reducido conjunto de “políticas de Estado” en tanto reflejan el consenso existente respecto de la importancia que China adquiere –y tendrá– como actor global y para los intereses argentinos de largo plazo.
Zonas grises y desafíos
La mirada sobre un pasado y presente positivos de las relaciones bilaterales no impide, sin embargo, exponer diferencias, percepciones negativas o enunciar posibles focos de tensión bilateral hacia el futuro. Por tal motivo, indagar sobre los objetivos que China persigue en América Latina, incorporar dichos conocimientos a la toma de decisiones públicas y fortalecer capacidades analítico-decisorias intra e inter agencias, siguen siendo capítulos sobre los cuales es imperativo avanzar a nivel nacional. Sobre el particular, caben diversas reflexiones. En primer término, la influencia de China como actor extra regional plantea desafíos tal como otrora lo hicieran Gran Bretaña o Estados Unidos durante los siglos XIX y XX respecto de patrones de inserción política y económica mundial. Los diagramas institucionales nacionales y regionales, la organización de los sistemas nacionales de producción orientados para responder a la demanda china y el posicionamiento de actores políticos y económicos al interior de las unidades estatales son aún variables escasamente ponderadas en relación a los impactos que China produce y ejercerá hacia el futuro.
En segundo lugar, la reafirmación del interés de China reposiciona internacionalmente a la región. Los documentos oficiales chinos exponen que, en el marco de su estrategia de desarrollo para el siglo XXI, su opción por América Latina y el Caribe se define por necesidades de sostenibilidad y sustentabilidad atendiendo los ingentes recursos naturales de la región, imprescindibles para satisfacer la demanda interna a medida que consolida un modelo industrial y tecno-intensivo en las décadas por venir; los mercados latinoamericanos son, además, relevantes por sus condiciones de consumo para promover la internacionalización de sus empresas transnacionales mediante la compra de activos regionales. De esta forma, una China ocupada en el diseño de un mundo post estadounidense, otorga a la región en general y a nuestro país en especial relevancia geopolítica y una especificidad económica que cristaliza el posicionamiento periférico regional en la matriz productiva china.
En tercer término, la permeabilidad con que los gobiernos suramericanos actúan respecto de China evidencia la ausencia de posturas ideológicas y el ejercicio por parte de China de una “diplomacia pragmática” que atiende a sus necesidades de control sobre materias primas y fuentes energéticas. Esta configuración perdurará, por lo que sucesivos “ajustes” en las agendas nacionales suramericanas a las preferencias políticas y económicas del gigante asiático podrían reducir los pretendidos “grados externos de libertad y autonomía” para transformarse en dependencia relativa de otro centro mundial de poder. Ejemplo: la “primarización productora-exportadora” tan criticada desde gobiernos y sectores empresarios no es sólo consecuencia del imperativo chino por mayor demanda sino también un subproducto de la reconfiguración de los sistemas nacionales de producción e infraestructura crítica que miran y se definen por la presente y proyectada demanda china. Asimismo, las obras de infraestructura de integración regional suramericana previstas son percibidas de manera ambigua y no queda claro si responden a imperativos regionales autonómicos de largo plazo o tienden a satisfacer, principalmente, apetencias externas.
Dilemas del nuevo siglo
A nivel nacional, no pocos son los claroscuros que muestra el actual y futuro cuadro de situación en las relaciones bilaterales. En tal sentido, los imperativos fácticos son elocuentes. Las asimetrías de poder se han ensanchado al igual que la distancia en poderío económico; el PIB de China en 1980 era cuatro veces el de Argentina, en 2012 superaba quince veces el nacional; esta brecha de poder sin dudas trasluce, en el plano de las decisiones políticas, imposición de agenda, aumento de la vulnerabilidad económico-comercial argentina ante posibles cambios en la demanda china de productos nacionales (cierre de mercados, imposición de barreras arancelarias y para-arancelarias).
En segundo lugar, es evidente que el pretendido juego win-win se ha transformado en un win-lose para Argentina; China es la principal fuente del déficit comercial argentino y la canasta exportadora argentina se ha deteriorado debido a que desde los años 90 China eliminó de sus compras los componentes con mayor valor agregado como por ejemplo aceites comestibles, para cuasi monopolizar compras de porotos de soja; asimismo, el “mercado chino”, pese a largas negociaciones fitosanitarias, aún se muestra inelástico y poco receptivo a recibir importaciones argentinas de mayor valor agregado otorgando, además, preferencias a otros proveedores suramericanos. De esta forma, el proceso de “primarización” exportadora persistirá casi como único recurso para insertarnos en las “cadenas de valor” que China proponga.
En tercer lugar, las inversiones chinas han llegado en escaso monto y reducidas a sectores extractivos y de baja intensidad tecnológica (operaciones de ensamblado); no obstante, es de esperar que el activismo inversor chino aumente de la mano de instituciones financieras chinas (ICBC) mediante la compra de activos, paquetes accionarios, puertos, sistemas logísticos, participaciones accionarias y absorción de empresas productoras, con el solo fin de sortear la desconfianza en la provisión local y empezar a jugar con las mismas reglas que competidores globales de Europa y Estados Unidos; en este punto, cabe destacar que las principales firmas inversoras chinas son estatales y no privadas, por lo tanto: ¿cómo influye –influirá– la brecha creciente de poder para negociar, en última instancia con el gobierno chino, en caso de contenciosos comerciales?
En síntesis, el proceso de incremento en los niveles de transnacionalización económica nacional no será producto de las decisiones de economías atlánticas, sino de un nuevo actor como China. Finalmente, un país necesitado de financiamiento y acceso al crédito internacional ha encontrado en China un “prestamista de última instancia”, posición que en la región comparte con Ecuador y Venezuela; así Argentina cambió de acreedor externo, pasando de multilateralizar su endeudamiento a bilateralizarlo. ¿Significará esto que China impondrá condicionalidades para la satisfacción presente y futura de sus acreencias? Esta y las suposiciones señaladas inducen a reflexionar sobre los márgenes, alcances y contenidos de lo que ambos países asumen como “mutua complementariedad”.
Finalmente y más preocupante aun es qué tipo de respuestas organizacionales, institucionales, políticas y económicas será capaz de dar Argentina ante este actual y futuro cuadro de situación; tal como lo advierte la CEPAL en el plano económico, la región ingresa a una red económica global con epicentro en China durante el siglo XXI con las mismas herramientas conceptuales y operacionales que las del siglo XIX. ¿Cambiaremos de metrópoli solamente? ¿Asumiremos la necesidad de un cambio mental o simplemente nos ajustaremos a determinantes externos que recreen negativas situaciones históricas?
Visto desde esta manera, China es un factor positivo de tracción de nuestra imaginación; no es “ángel o demonio”, sino una variable clave que impulsa el necesario ordenamiento interno de variables político-institucionales, macro y micro-económicas, para afrontar los dilemas de este siglo.
* UNTREF-CONICET. Autor, junto a Carlos Moneta, de Tejiendo redes. Estrategias de las empresas transnacionales asiáticas en América Latina, UNTREF, Buenos Aires, 2012.