Mientras Estados Unidos y la Unión Europea se empantanan en la crisis de Ucrania y elevan el tono frente a Rusia, en América Latina la presencia china no deja de crecer. Gradualmente el dragón asiático va desplazando a la superpotencia nada menos que en un espacio estratégico que durante más un siglo representó su «patio trasero», algo que tendrá consecuencias de larga duración en el tablero geopolítico global.
El pasado mes de abril el ministro de Asuntos Exteriores de China, Wang Yi, visitó los cuatro países con los que tiene relaciones comerciales y políticas privilegiadas: Cuba, Venezuela, Argentina y Brasil. Entre otros objetivos, la gira estuvo dedicada a preparar la visita del presidente Xi Jinping en julio, cuando está prevista su participación en la cumbre de los BRICS a celebrarse en Fortaleza (Brasil), y la probable creación de un foro entre China y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), donde no participan Estados Unidos ni Canadá.
Las relaciones comerciales han experimentado un crecimiento notable. En 2009 China desplazó a Estados Unidos como principal socio comercial de Brasil, quien ostentó ese lugar durante el último siglo. Pero China se ha convertido también en el primer mercado de las exportaciones de Chile y Perú, y el segundo de Argentina, entre otros. Puesto en cifras, es mucho más elocuente: entre 2000 y 2012 el comercio de bienes entre América Latina y China pasó de 12.000 a 250.000 millones de dólares, según informes de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) (Xinghua, 12 de julio de 2013).
En segundo lugar, las inversiones directas de China también crecen de forma geométrica. En 2013 representaron casi el 20% de todas las inversiones chinas en el mundo, algo más de 16.000 millones de dólares. Entre 2005 y 2013 China invirtió en Brasil 32.000 millones de dólares en los sectores energético y metalúrgico, destacando la presencia de sus empresas estatales en los campos de petróleo en la plataforma marítima brasileña.
En Venezuela las inversiones de Pekín se han focalizado en la industria siderúrgica y en el sector petrolífero. A raíz de la reciente visita del canciller chino, se fijó como objetivo que las exportaciones de crudo a China pasen de los 600.000 barriles actuales a un millón, convirtiendo al país asiático en el mayor cliente de Venezuela, desplazando a Estados Unidos. Esta reorientación del comercio exterior venezolano, que siempre dependió de Washington, puede ayudar a comprender qué hay detrás de los intentos por generar crisis política en el país caribeño.
En Argentina las inversiones chinas están concentradas en el transporte (con importantes compras de material ferroviario) y en energía, al igual que en Cuba donde los montos de la inversión son bastante inferiores. En 2012 las inversiones chinas en la región dieron un salto espectacular del 292% respecto al año anterior (Russia Today, 18 de abril de 2014).
En tercer lugar, China es una importante fuente de financiamiento para la región, con préstamos que suelen ser pagados en petróleo. Entre 2005 y 2013 los préstamos alcanzaron 100.000 millones de dólares. Los dos grandes bancos estatales, China Development Bank y China Export-Import Bank, realizaron préstamos superiores en la región a los que libraron el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Ex-Im de Estados Unidos (Valor Económico, 4 de abril de 2014).
Los préstamos se concentran en los países que tienen mayores dificultades para acceder al mercado global de capitales. Venezuela obtuvo 50.000 millones de dólares de los bancos chinos, Argentina 14.000 millones y Ecuador 10.000 millones de dólares. Según un estudio del Inter-American Dialogue de la Universidad de Boston, «China no impone condiciones de políticas internas a los que reciben préstamos, las directrices ambientales son más flexibles, pero exigen compras de equipamientos y muchas veces acuerdos para la venta de petróleo» («Valor Económico», 4 de abril de 2014).
Cuarto, la cooperación militar y espacial crece lentamente. Con Brasil y Argentina tiene acuerdos para la construcción y envío de satélites al espacio. Bolivia envió 74 científicos espaciales a China para entrenarlos en el lanzamiento del satélite Túpac Katari, en diciembre de 2013. Venezuela hizo lo propio con cien científicos para capacitarse en el manejo de los dos satélites venezolanos lanzados desde China, el Simón Bolívar en 2008 y el Miranda en 2012 («Russia Today», 27 de diciembre de 2013).
Sin embargo, la cooperación militar es aún muy modesta si se la compara con la que América Latina mantiene históricamente con Estados Unidos. Apenas decenas de estudiantes de Colombia, Chile, México, Perú y Uruguay acuden anualmente a cursar en instituciones militares chinas, pero casi todos los países de América del Sur tienen acuerdos militares con Pekín, en particular Brasil, Venezuela, Argentina, Ecuador y Bolivia. China es el décimo exportador de armas hacia América Latina, muy lejos de Estados Unidos y Rusia.
Sin embargo, uno de los puntos más explosivos puede ser la presencia china, aliada con Rusia, en la construcción de un canal alternativo al de Panamá. Nicaragua invitó a empresas de China y Rusia con el fin de que empiecen a construir el canal a finales del año 2014, para que en 2019 se pueda realizar la primera prueba y esté finalizado en 2029. La prensa rusa califica con inocultable satisfacción que el canal alternativo es «una bomba geoestratégica» para los Estados Unidos. «Las empresas rusas y chinas interactúan en una zona cercana a Estados Unidos. La aparición de una vía alternativa es un desafío directo» («Russia Today», 2 de mayo de 2014).
La reciente visita del canciller ruso, Sergei Lavrov, a Managua, consolidó la alianza política, militar y estratégica entre ambos países. Nicaragua tiene un acuerdo con Rusia que permite a los bombarderos rusos de largo alcance aterrizar en Managua y a sus barcos patrullar el Caribe. Al parecer, la construcción del nuevo canal no puede concebirse sin una alianza militar que ofrezca algún paraguas a esas cuantiosas inversiones que provienen, en particular, de China.
Todo indica que en los próximos años asistiremos a una creciente disputa global entre las potencias emergentes y los Estados Unidos, incluyendo a sus aliados europeos y Japón. En América Latina registramos una retirada del papel que jugó la Unión Europea hasta fines de la década de 1990, cuando empresas francesas y españolas se beneficiaron de la oleada de privatizaciones. Los nuevos actores en la región, sobre todo China y Rusia, son los mismos que mantienen una pugna geopolítica cada vez más intensa con un imperio que resiste su decadencia.
Solo Brasil tiene capacidad para poner límites a la avasalladora presencia del Pentágono y la Cuarta Flota. Los demás, en particular Venezuela, Cuba y Nicaragua, los países con mayor nivel de conflicto con Washington, necesitan tejer sólidas alianzas para resistir el asedio económico, político y diplomático. La propia dinámica de la crisis global y la deriva de las economías va inclinando a los países latinoamericanos hacia los emergentes.
En el largo plazo, China tiene todas las fichas a su favor. Se está convirtiendo en la potencia económicamente dominante, sobre todo en América del Sur, cuenta con una alianza estratégica con Brasil y este año desplaza a Estados Unidos como la primera economía, algo que jugará un papel simbólico nada despreciable. Aunque el papel militar más destacado lo juegan por ahora Washington y Moscú, el tiempo está a favor del dragón asiático, incluso en el espinoso asunto militar.