Fuente: La mula.pe
La dinámica geopolítica actual del moderno sistema-mundo capitalista, con sus permanentes convulsiones, desestructuraciones, altas manifestaciones de caos e incertidumbre, nos muestra que estamos frente a un cambio sistémico sumamente complejo y de grandes proporciones. La inviabilidad de un modelo histórico de carácter mundial, que se proyecta como una crisis civilizatoria, se conecta con una crisis hegemónica, en la cual la supremacía indiscutible estadounidense se va resquebrajando, al tiempo que se produce la emergencia de China como actor clave en la partida maestra de ajedrez del siglo XXI.
Es fundamental comprender que este proceso de reacomodo global y crisis hegemónica, dadas las condiciones actuales del desarrollo del capitalismo histórico, de las más sofisticadas y poderosas formas del imperialismo, y del rebasamiento de los límites del planeta, representa una especie de largo sismo geopolítico, de dimensiones incalculables.
Para América Latina es crucial atender al papel que juega China en esta dinámica. Las presiones externas de los capitales del gigante asiático, que operan en profunda articulación con su Estado, están teniendo significativos impactos en buena parte de las economías y sociedades nacionales de la región, lo cual es determinante no sólo en la viabilidad de los proyectos de transformación política que aún abanderan los llamados «gobiernos progresistas», sino también en las posibilidades de estructurar mecanismos de defensa ante un recrudecimiento de la crisis económica global, y/o una nueva oleada de reestructuraciones neoliberales en la región.
La emergencia de China como actor geopolítico clave y la lógica del capital transnacional
Desde el año 2010, China sobrepasó a Japón como la segunda economía global, y a Alemania como el primer país exportador. Según el Centro Internacional para el Comercio y el Desarrollo Sustentable (ICTSD, International Centre for Trade and Sustainable Development), en 2011, China superó a los Estados Unidos como el primer país con mayor producción industrial del mundo, es actualmente el principal productor agrícola global, y según el Centro para las Investigaciones Económicas y de Negocios (CEBR, Centre for Economics and Business Research), para el año 2020 la economía china representaría un 84% de la economía de los EEUU [1].
En la actualidad, la influencia de China en el sistema-mundo es enorme y tiene gran capacidad para ampliarla. Esta nación se ha hegemonizado en el este y el sureste de Asia; se calcula que hoy tiene el 40% de sus inversiones de la Unión Europea en Portugal, España, Italia, Grecia y Europa del Este –como forma de penetrar el mercado europeo por la vía de sus «periferias»–, según un estudio del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, European Council on Foreign Relations) [2]; ha incrementado sus acercamientos con Medio Oriente –principalmente con Arabia Saudí–; es el principal socio comercial y la mayor fuente de inversiones en África, siendo además, junto a Reino Unido, Alemania e India, uno de los países con mayor participación en el proceso de acaparamiento de tierras que se está desarrollando en ese continente [3]; es el principal acreedor de bonos de la deuda de los EEUU; y registra un muy importante avance y posicionamiento en América Latina, principalmente en Brasil.
Cabe resaltar que la posición preponderante de China en el comercio mundial –el valor de sus intercambios comerciales fue de 4.16 billones US$ en 2013–viene de la mano con una estrategia de posicionamiento mundial del yuan, en su disputa con el dólar. Como lo explican los analistas Oscar Ugarteche y Ariel Noyola, la mira del gigante asiático está puesta en sustituir al dólar de su comercio, siendo que en 2013 alrededor de 390.000 millones US$ en exportaciones pasaron a facturarse en yuanes [4].
Conscientes de ser ya el primer importador mundial de petróleo, y las consecuencias geopolíticas del amarre del mercado de crudos al dólar, China además quiere comerciar petróleo en yuanes, y está impulsando la creación de un mercado de futuros en esta moneda a través de la Bolsa de Futuros de Shanghái (SHFE, Shanghai Futures Exchange), lo que de resultar exitoso, aumentaría el uso del yuan en el mercado petrolero mundial con el respectivo desplazamiento del dólar en el mismo, y la consiguiente reducción de su demanda global, con importantes consecuencias para la economía-mundo [5].
A su vez, según la Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication (SWIFT), en octubre de 2013 el yuan se colocó segundo dentro del ranking de divisas más utilizadas para el financiamiento comercial –dejando al euro tercero– al tiempo que se han realizado la firma de swaps cambiarios bilaterales con más de veinte países, lo que va creando un gran mercado para el yuan que va incrementando su papel como moneda internacional [6].
Ugarteche y Noyola advierten que, si bien el yuan ha ganado posiciones como moneda de comercio y ahora como moneda de inversión financiera, aún está lejos de incrementar su status como moneda de reserva –los bancos centrales mantienen apenas 0.01% de sus reservas en yuanes–. No obstante, las estrategias de China para establecer mercados en yuanes (no sólo en el ámbito petrolero, sino también en el del hierro o el oro), establecen las bases para alcanzar un objetivo como este en un futuro no distante, siendo que para Patrick Zweifel de The Financial Times, en 10 años el yuan superaría al dólar como moneda de reserva [7].
La política exterior económica del «socialismo con particularidades chinas» –como lo ha denominado el propio Partido Comunista–, donde ha dominado el principio de mayor integración a la economía global, ha impulsado crecientes inversiones directas, muy aceleradas en la última década, al punto de colocarse hoy en el segundo lugar después de las inversiones extranjeras provenientes de los EEUU. El gobierno chino selecciona a las empresas que competirán en el mercado mundial –en su inmensa mayoría empresas de carácter público–, las apoya y se asegura que se orienten las inversiones a los intereses estratégicos chinos, desde una estrategia de largo plazo.
Las severas carencias de China respecto a algunos bienes comunes, en particular de agua y tierra fértil respecto a su población, y una serie de bienes primarios necesarios para la acelerada dinámica de producción industrial doméstica, determina su enorme apetito por los llamados «recursos naturales». China es el principal consumidor del mundo de hierro por vía marítima, carbón térmico, acero acabado, plomo refinado, aluminio primario, zinc refinado, cobre refinado, níquel refinado, y segundo en petróleo [8]. De ahí la búsqueda del gigante asiático por reposicionarse en pro del control y la administración de fuentes energéticas y bienes comunes en todo el planeta.
La estrategia china persigue diversificar, en la medida de lo posible, el suministro de petróleo de su dependencia con el Medio Oriente; a su vez las compañías energéticas del país asiático tienen claros intereses en Sudán e Irán, lo cual ha creado tensiones con EEUU en ambas áreas; ha tratado de invertir en los yacimientos del Mar Caspio y ha competido con Japón por el acceso al petróleo ruso; ha destinado préstamos para desarrollos petroleros a sus vecinos de Asia Central y los productores de América Latina, entre ellos Venezuela; ha firmado acuerdos no sólo para la explotación de petróleo convencional sino también de los no convencionales, como las arenas bituminosas de Canadá y la Faja del Orinoco venezolana; los acuerdos de extracción se han extendido a las áreas de gas, carbón, uranio y otros recursos naturales importantes también de Irak, Australia, Turkmenistán y Sudáfrica [9]; y adicionalmente ha establecido acuerdos comerciales con países como Chile, Brasil, Indonesia, Malasia, Argentina y muchos otros más para importaciones agrícolas y madereras [10]. De ahí la reformulación de la política exterior estadounidense en la «Doctrina Obama», otorgándole prioridad estratégica a la concentración de sus fuerzas en la región Asia-Pacífico.
Desde la crisis financiera mundial de 2008, China consigue una oportunidad única para la expansión del otorgamiento de préstamos externos, principalmente a países de los llamados «en vías de desarrollo» o «emergentes». En la actualidad, por medio de bancos como el China Development Bank (CDB), Export-Import Bank of China (ExImBank) y el Banco de China (BOC, Bank of China), el gigante asiático ha prestado más dinero a estos países, que el propio Banco Mundial (BM) y el Banco Asiático de Desarrollo (BAD), aumentado así su influencia global. Un informe de la calificadora Fitch de fines de 2011 planteaba que el ExImBank había otorgado créditos por 67.200 millones US$ a los países de África subsahariana en los últimos 10 años –20% más que el BM– [11], mientras que desde 2005 hasta 2012 China había concedido aproximadamente 86 mil millones US$ en compromisos de préstamos a países latinoamericanos [12]. Este tipo de préstamos están íntimamente vinculados al acceso a la explotación de los recursos naturales y los proyectos de infraestructura de los países prestatarios.
El «Efecto China» en América Latina
China se ha convertido en un socio comercial clave para América Latina, y pudiera convertirse en el primero en este orden para la región en el futuro. El impulso chino ha sido determinante en el crecimiento sostenido de las exportaciones y del PIB de los países latinoamericanos. CEPAL (2012) afirma que el gigante asiático ya es el primer mercado de destino de las exportaciones de Brasil y Chile, y el segundo del Perú, Cuba y Costa Rica; también ocupa la tercera posición entre los principales países desde donde se originan las importaciones hacia Latinoamérica y el Caribe –13% del total–; y nuestra región se ha transformado en uno de los destinos más destacados de la inversiones extranjeras directas chinas [13].
El informe de CEPAL «China y América Latina y el Caribe. Hacia una relación económica y comercial estratégica», sostiene que la nación asiática podría desplazar a la Unión Europea como segundo socio comercial de la región a mediados de la próxima década. Según esta institución, incluso si la demanda de China de los productos de América Latina y el Caribe creciera solo a la mitad del ritmo registrado en la década 2001-2010, este país pasaría a ser el segundo mayor mercado para las exportaciones de la región para este año 2014 superando a la Unión Europea. Del mismo modo, en el caso de las importaciones se prevé que China supere a la Unión Europea en 2015, tendencia que podría moderarse si se dinamizara el comercio bilateral tras los acuerdos de asociación de la UE con Centroamérica, el Caribe, la Comunidad Andina y, eventualmente, el MERCOSUR [14].
De 2000 a 2012, el intercambio comercial entre Latinoamérica y China pasó de 12 mil millones a 250 mil millones US$, según CEPAL, con lo que el mismo se multiplicó por 21, siendo que las exportaciones regionales en este período crecieron 25 veces, y las importaciones 18 veces [15]. En 4 años (2008-2012), las exportaciones de América Latina al país asiático prácticamente se duplicaron, pasando de 5% a 9,1% del total de la región –si se suma el petróleo se llega a 15,3%.
Los principales productos que obtiene China del intercambio comercial con América Latina son cobre, hierro, soja y petróleo crudo. Para Brasil, Chile y Perú, el país asiático representa una cuarta parte del total de sus exportaciones de productos de base primaria para el año de 2012. Resalta sobremanera la extraordinaria velocidad con la cual China escaló posiciones de importancia en el comercio de algunos países de la región. De 2000 a 2008, es notable como en Colombia pasa de puesto 35 al 4 como receptor de sus exportaciones, y del puesto 15 al puesto 2 como origen de importaciones. También destaca su reposicionamiento en Costa Rica (del 26 al 2 en exportaciones y del 16 al 3 en importaciones), Venezuela (del 37 al 3 en exportaciones y del 13 al 3 en importaciones), Panamá (del 22 al 4 en exportaciones y del 17 al 4 en importaciones), México (del 25 al 5 en exportaciones y del 6 al 3 en importaciones), y Brasil (del 12 al 1 en exportaciones y del 11 al 2 en importaciones) quien tiene en China su principal socio comercial. De igual forma, para este período las mercancías chinas lograron posicionarse en los primeros lugares de países como Perú, El Salvador, Nicaragua, Ecuador y Guatemala [16].
La gran mayoría de las inversiones realizadas por China entre 2000 y 2011 provinieron de empresas públicas y se orientaron en casi un 90% a las actividades del sector primario [17]. Las inversiones chinas del tipo greenfield (proyectos o iniciativas totalmente nuevos), que son expresiones de las orientaciones de los intereses estratégicos del gigante asiático –25% de los flujos de este tipo de sus inversiones en el mundo van hacia América Latina y el Caribe–, muestran que la agricultura se ha convertido, sino en el objetivo más importante, en uno de los principales –un proyecto sojero de 2.500 millones US$ en Bahía, Brasil, y un par de convenios para el cultivo de granos de más de 1.000 millones US$ cada uno en Argentina, son muestra de ello–, aunque, como afirman Ray y Gallagher, aún es pronto para saber si se trata de una tendencia estratégica de largo plazo por parte del gobierno chino [18].
Cinco sectores principales de las inversiones greenfield chinas en América Latina para el período 2008-2012 comprenden el 90% de las mismas, y se concentran básicamente en países estratégicos dependiendo del rubro. A parte de los alimentos y el tabaco, aparecen los equipos para el sector automotor (19,9%) (Brasil, México y Argentina), metales (25,3%) (Perú, Guyana y Brasil), carbón petróleo y gas natural (Venezuela, Costa Rica y Cuba), y comunicaciones (Brasil y Colombia).
El otro tipo de inversiones chinas en América Latina, las fusiones y adquisiciones, se dan en su gran mayoría en relación a la industria petrolera –69,6% del total de este tipo de inversiones en América Latina y el Caribe para el período 2008-2012–. En todo caso, las inversiones directas chinas aún representan un porcentaje relativamente bajo respecto al total de las inversiones extranjeras directas (IED) en la región: de los 174.500 millones US$ que América Latina y el Caribe recibió en flujos de IED en 2012, China aportó solo 9.200 millones, el 5,3% del total [19].
Por otro lado, China se ha convertido en una fuente importante de financiamiento para Latinoamérica, en especial para países como Venezuela (1er lugar con 44,5 MM US$ hasta 2012), Brasil (2do con 12,1 MM US$), Argentina (3ero con 11,8 US$) y Ecuador (4to con 9,3 MM US$) [20]. Para el caso de Venezuela y Ecuador, que tienen mayores dificultades para acceder a los créditos internacionales de capital, los préstamos chinos han sido una opción atractiva –estos dos países representan el 67% del total de los préstamos chinos en la región–. La gran mayoría de estos créditos se orientan al desarrollo de proyectos de extracción y producción, en forma de infraestructuras (puertos, etc.) o inversiones directas en materias primas.
De 2008 a 2012, casi la mitad de los préstamos realizados (38.600 US$) se ha ido a infraestructura, principalmente a Venezuela y Argentina. Poco más de la cuarta parte del total de los créditos se ha dirigido a energía y minería, las cuales reciben la mayor atención, donde resaltan las inversiones petroleras en Brasil (Presal) y Ecuador [21]. Como ya hemos mencionado, los créditos chinos para América Latina y el Caribe fueron mucho mayores que aquellos de la banca occidental –destacan los 37.000 millones US$ de 2010–, con una enorme mayoría de los mismos con montos de mil millones US$ o superiores, en comparación al BM, que solo otorgó un 22% de sus préstamos por estos montos, o el 9% de los del BID [22].
Los préstamos chinos representan vínculos y encadenamientos comerciales con la región que se canalizan con la mira puesta en los objetivos estratégicos del país asiático. Es importante mencionar que dentro de los paquetes crediticios chinos existen un tipo de ellos que son los «préstamos por petróleo», que aplican aun si los fondos mismos no se hayan dirigido específicamente para el desarrollo de este sector energético. Este tipo de préstamos para América Latina y el Caribe representa más de dos tercios de los compromisos de la región con China para el período 2008-2012, alcanzando los 59 mil millones US$.
Desde 2008, Venezuela ha negociado seis de estos préstamos (un total de 44.000 millones US$), Brasil firmó uno por 10.000 millones US$ (2009), Ecuador firmó dos compromisos por petróleo de 1000 millones US$ cada uno (2009 y 2010) y dos más por 3.000 millones en 2011 [23]. A su vez, también es importante resaltar que existen líneas de crédito chinas vinculadas con la importación de bienes de este país, en las cuales se conviene que una parte del préstamo se gaste en el consumo de mercancías asiáticas por parte del país deudor.
A pesar de que China continúa otorgando créditos soberanos, los montos de los mismos han disminuido en 2011 y 2012 respecto a 2010: 6.800 millones US$ en 2012, casi la mitad de 2011, y 80% menos que en 2010. No obstante, Ray y Gallagher plantean que los préstamos del CDB y del ExImBank a los gobiernos latinoamericanos tienden a ser líneas de crédito en las que es probable que dichos gobiernos requieran tiempo para disponer de ellas, por lo que esto no necesariamente representa una desaceleración de la nueva deuda [24].
Esta dinámica descrita, desde al menos principios de este siglo, tiene extraordinarias implicaciones geopolíticas y políticas para los países latinoamericanos, principalmente los más tocados por la fuerza del avance chino en el sistema-mundo capitalista. Repercute enormemente en sus modelos dependientes, en sus esquemas domésticos de poder, en sus sistemas sociales, y en sus vinculaciones territoriales y de relacionamiento con la naturaleza.
La política oficial del gigante asiático para América Latina (2008) enuncia que «China tratará a los países latinoamericanos y caribeños en pie de igualdad y respeto mutuo (…) De acuerdo con el principio de beneficio recíproco» [25]. Sin embargo, la disputa geopolítica, los intereses estratégicos chinos, y en primera instancia, la lógica del capital, orientan esta relación hacia la profundización de nuestra función específica en la «división internacional del trabajo» y de nuestra condición de dependencia sistémica, en un contexto de crisis global que incrementa las vulnerabilidades de nuestra región.
La orientación extractivista de esta relación sino-latinoamericana se hace evidente al comparar el porcentaje de exportaciones de bienes primarios respecto a las exportaciones totales de América Latina en el mundo entre 2008 y 2012, que fue de 56%, y las exportaciones de la región sólo al país asiático, que en bienes primarios representaron la significativa cifra de 86,4%. Si advertimos que el 63,4% de lo que importa China son bienes manufacturados [26], se hace más notorio el papel de provisor de commodities que los asiáticos necesitan que cumplamos, lo que va en dirección opuesta a las reivindicaciones históricas de que Latinoamérica salga de la dependencia de únicamente vender naturaleza al mercado mundial capitalista.
Varios países de la región han visto como prácticamente se duplica su dependencia en la exportación de bienes primarios a China, tales como Brasil (hierro y soja), Argentina (soja), Perú y Chile (cobre y metales no ferrosos para ambos países) [27]. Lo que es fundamental resaltar, es que mientras China crece en importancia como mercado de exportación y genera presiones a la profundización del extractivismo en la región, cae el peso de la exportación de bienes manufacturados respecto al total de América Latina y el Caribe, pasando de representar el 53% del total de exportaciones en 2002, al 39,7% en 2012, típico efecto de los ciclos de crecimiento y boom de los ingresos rentísticos por commodities. Además, desde 2008, el 70% de las exportaciones latinoamericanas a China provienen sólo de 6 sectores de 2 o 3 países cada uno, lo que refleja notables niveles de concentración extractiva de productos en su mayoría no refinados, que expone a la región a las fluctuaciones en los precios de los productos básicos [28], en buena medida influidos por la especulación financiera.
El posicionamiento de las mercancías chinas por la vía de la importación en numerosos países de la región está estrechamente vinculado con las consecuencias «desindustrializadoras» propias del llamado «Efecto China». Nueve de las principales diez importaciones provenientes de China hacia América Latina y el Caribe son manufacturadas con un fuerte énfasis en electrónica y vehículos. El tipo de producto manufacturado que se importa primordialmente (en orden de importancia relativa) son equipos y repuestos de telecomunicaciones (9.3% 2008-2012), máquinas y equipos de procesamiento automático de datos (3.8%), barcos, botes y estructuras flotantes (4.0%), instrumentos y aparatos ópticos (3.3%), productos derivados del petróleo (2.7%), calzado (2.5%), maquinaria y aparatos eléctricos (2.3%), motocicletas, ciclomotores, bicicletas y carros (2.0%), repuestos para máquinas de oficina (2.1%), carritos de bebé, juguetes, juegos y productos deportivos (2%) [29] ¿Son estas importaciones las más convenientes para favorecer a un proceso de transición hacia modelos menos dependientes del capital globalizado?
Las muy significativas diferencias en precio y productividad de la industria china en comparación con la mayor parte de la producción industrial de la región generan grandes presiones que reafirman los procesos de reprimarización económica e impulso extractivista, profundizando los rasgos de la relación funcional centro-periferia. Mientras los exportadores latinoamericanos dependen de unos pocos productos básicos, vulnerables a las fluctuaciones de precios, las exportaciones chinas manufacturadas hacia la región, que son más diversas y menos concentradas, han crecido en cantidad y valor al punto que desde 2011 existe un déficit en la balanza comercial de América Latina y el Caribe. Estos efectos mencionados en general, tienen muy importantes implicaciones en el curso de las transformaciones políticas que vive Latinoamérica.
Venezuela, el «Efecto China» y la acumulación por desposesión
China es hoy el segundo socio económico de Venezuela –según estudio del Instituto Nacional de Estadística de Venezuela (INE)– y un aliado geopolítico estratégico. El gigante asiático es uno de los principales inversores en los proyectos de explotación petrolera de la Faja del Orinoco, acompañando al Gobierno Nacional en su objetivo de aumentar la cuota extractiva en el futuro próximo. China importa casi el 12% del petróleo que consume de América Latina, siendo que cerca de la mitad de éste (46%) proviene de Venezuela.
Según expresara en su momento el presidente Chávez, entre 2001 y 2011 se suscribieron más de 350 acuerdos e instrumentos entre ambas naciones [30] principalmente en áreas de infraestructura –como un proyecto de ferrocarril y la Gran Misión Vivienda Venezuela–, energía, agricultura, minería, petroquímica y transporte, entre otros. Estos proyectos están siendo financiados a partir de la creación del Fondo Chino, establecido una vez que Venezuela iniciara el suministro petrolero a los asiáticos en 2007, y los dos gobiernos firmaran acuerdos denominados de Cooperación Financiera de Largo Plazo para «acelerar el desarrollo social y económico de Venezuela» [31].
Destaca que Venezuela representa casi dos terceras partes del total del financiamiento de infraestructura que China dio en toda Latinoamérica (unos 28.000 millones US$) [32]. A su vez, será el país asiático quien financie nuestro camino a la ampliación de los proyectos de minería –insólito para el país con la mayor reserva de petróleo del mundo–, al firmar Venezuela un convenio a fines de 2009 por mil millones US$ (casi la cuarta parte de lo financiado para minería por China en América Latina y el Caribe) con el CDB. La empresa transnacional China Citic elabora en la actualidad, junto con el Instituto Nacional de Geología y Minería (Ingeomin), el llamado mapa minero de Venezuela –«la exploración geológica de las reservas minerales en el país»–, misma empresa que, luego de la nacionalización del oro en 2011 por parte del Gobierno Nacional, firmó a fines de febrero de 2012 un acuerdo con éste, en la figura de empresa mixta, para la explotación de oro en una de las minas más grandes del mundo, Las Cristinas –unas 17 millones de onzas de reservas estimadas [33].
Además de créditos en forma de financiamientos conjuntos para inversiones discrecionales, un préstamo para el proyecto de refinería Abreu e Lima (2011), y otro para compras de productos relacionados con el petróleo (2012), en 2010 se estableció específicamente una línea de crédito relacionada con el comercio. El plan de créditos de 20.000 millones US$ del Fondo Pesado (2010) también se orienta a proyectos e importación de bienes chinos. Esto se conecta, por ejemplo, con la ampliación en el mercado venezolano de teléfonos celulares marca Haier, y las facilidades de bajos precios y créditos a largo plazo y sin intereses de aires acondicionados, televisores, lavadoras, entre otros, en el marco de la Misión Mi Casa Bien Equipada [34]y la llamada «Cédula del Buen Vivir». La recreación de una sociedad de abundancia sostenida en la renta petrolera y articulada a tratados comerciales externos, tiene su génesis en la firma por parte de Pérez Jiménez en 1952 de la versión revisada Tratado Comercial entre EEUU y Venezuela de 1939 para mantener condiciones muy favorables para la importación de bienes manufacturados de ese país, en «defensa del acceso del público a bienes de alta calidad a precios razonables». La fórmula parece similar en la actualidad, pero sustituyendo en los tratados a los EEUU por China.
Es importante subrayar que los créditos chinos son pagaderos con petróleo, lo que implica que una serie de gastos y compromisos futuros, y la expectativa de realizar otros nuevos en nombre del mentado «desarrollo», se respaldan en la naturaleza «rentable» que comprende el territorio nacional, y un porcentaje de la producción nacional se destina para pagar dichos préstamos, lo que en un contexto de severas dificultades y desequilibrios económicos en el país, amenazan con la viabilidad económica de la Revolución Bolivariana. Basta pensar en un hipotético escenario de caída de los precios internacionales del crudo –como ya ocurrió en 2009– para hacer más claro la notable vulnerabilidad de esta situación.
A estas alturas, aún si sumáramos los préstamos chinos, los del BID y del BM en América Latina desde 2005, tendríamos a Venezuela en primer lugar de la región en créditos adquiridos, destacando que sólo ella ha recibido casi la mitad de los mismos emitidos por China en toda América Latina y el Caribe. El presidente del Banco de Desarrollo Económico y Social de Venezuela (BANDES), Gustavo Hernández, reconoció en enero de 2014 que el financiamiento de China «supera en todos los tramos más de los 40 mil millones de dólares» [35], de los cuales, según afirmara en agosto de 2013 el Ministro para la Energía y Petróleo, se habrían cancelado 20.000 millones US$ [36]. La extensión de 5 mil millones US$ del Fondo Chino para «viviendas e industrias» depositada en diciembre de 2013, así como nuevas solicitudes crediticias, supondrían un aumento de la cuota de envío de petróleo al país asiático como pago de la deuda, que en la actualidad se encuentra en alrededor de 250.000 barriles diarios, lo cual achicaría y comprometería aún más los montos disponibles para gastos corrientes.
Es fundamental reflexionar sobre las implicaciones que el tipo de encadenamiento bilateral que mantenemos con China pueden tener tanto en las pretensiones de transformar el modelo rentista y llevarlo a formas productivas alternativas –en el caso de las corrientes más voluntariosas de la Revolución Bolivariana, ir hacia el «Estado Comunal»–, como en las propias posibilidades de viabilidad futura de un proyecto social de inclusión popular nacional, en un mundo donde las fuerzas del capital globalizado presionan enormemente para avanzar hacia procesos masivos de acumulación por desposesión.
La forma como se estructuren las relaciones económicas internacionales determinan la política doméstica –y más para un país periférico como Venezuela– y delimitan las posibilidades de avanzar, o no, hacia modelos pos extractivistas en el país y la región –piénsese, por ejemplo, en las terribles consecuencias que acarrearía para los pueblos de los países del MERCOSUR, la concreción de un inminente TLC con la Unión Europea [37]. China, por la potencia de su economía y las características de su nación, por su política económica exterior, y por los efectos que ha generado su crecimiento en el mundo, representa hoy la fuerza más dinámica en el reforzamiento de los patrones coloniales/imperiales. China está en disputa por la hegemonía del sistema capitalista, y su expansión está determinada por la lógica depredadora del capital, a pesar del acuñado «socialismo con características chinas».
Los crecientes compromisos rentísticos internacionales que adquiere Venezuela en nombre del «desarrollo», lo inserta en un círculo vicioso que lo obliga a la necesidad de captar cada vez más renta. De esta forma la misión desarrollista del petro-Estado venezolano hace evidente que cada vez más factores exógenos determinan la realidad nacional. La conexión de los convenios de endeudamiento progresivo con China, con el Plan Siembra Petrolera y el Plan de la Patria –duplicar la extracción petrolera para financiar la «modernización» y poder pagar con petróleo su costo–, al contrario de lo alegado en la retórica política sobre la «independencia» (el objetivo I del Plan de la Patria), encierra a Venezuela aún más en su limitada función extractivista, al tiempo que profundiza el modelo de sociedad que en teoría queremos cambiar, y nuestro nexo de tipo enclave que tenemos con los grandes capitales transnacionales, debido a que los acuerdos y proyectos firmados van estructurando los compromisos y haciendo más rígido el esquema de organización productiva, sometido a una serie de contratos de corto, mediano y largo plazo.
Los desajustes y desequilibrios que vivimos en nuestra economía doméstica, impulsados en muy buena medida por los efectos de las descompensaciones internas que produce la llamada «Enfermedad Holandesa», producto del boom de los commodities que desde 2004 ha estimulado primordialmente China, se inscriben en una larga crisis de agotamiento estructural del modelo del capitalismo rentístico nacional que se da desde hace unos 30-40 años [38]. Aquí se mezclan las consecuencias del llamado «Efecto Venezuela» con el denominado «Efecto China», lo cual siembra dudas sobre la posibilidad de mantener el curso actual de captación de la renta petrolera en el país, y la consiguiente probabilidad de intensificación del endeudamiento externo y vulneración a procesos masivos de acumulación por desposesión.
Una más intensa integración a la globalización capitalista nos hace más dependientes y vulnerables ante un sistema-mundo en crisis, lo cual resulta muy peligroso. Debemos atender a lo que hemos denominado, a partir de David Harvey, el «neoliberalismo mutante». La acumulación por desposesión opera también mediante finos mecanismos desterritorializados, moleculares e híbridos, pudiendo coexistir con formas de control estatal. Paradójicamente, en la medida en la que un Estado periférico administra los procesos expansivos domésticos de articulación con el capital transnacionalizado, abre el camino para un progresivo ataque y desmantelamiento de los propios dispositivos de protección estatal.
El neoliberalismo pos Consenso de Washington no opera primordialmente bajo la lógica del «shock», por lo que es fundamental tratar de detectar esos mecanismos moleculares de acción antes que sea muy tarde. En este sentido es menester preguntarse, ¿qué supone la flexibilización de algunos parámetros de los proyectos de la Faja del Orinoco en favor de las transnacionales, y qué factores geopolíticos los propician? ¿Qué suponen algunas medidas económicas tomadas con carácter de apertura, y qué factores sistémicos los promueven? ¿Qué procesos de la acumulación de capital doméstica está administrando el Estado y cómo lo está haciendo?
Por último, es esencial hacer notar que, si Venezuela y en general, América Latina, han basado su crecimiento en los ingresos por exportación a partir de la demanda de materias primas de China, es obvio que esto no será para siempre. Si el crecimiento chino, que muestra tendencias de frenado desde hace más de dos años –en 2012 tuvo la tasa de crecimiento más baja desde 1999– [39], llegara a ralentizarse o a disminuir en el mediano plazo, o bien si el gigante asiático dirigiese su mirada hacia adentro, en busca de un rebalanceo de su economía, esto tendría importantes impactos en América Latina y, en general, en la economía mundial. El asesor económico Daniel Munevar afirma que: «En este contexto, para los futuros y derivados sobre las materias primas la desaceleración del crecimiento de China sería el equivalente de lo ocurrido en el verano de 2007 con los primeros problemas de las hipotecas subprime» [40].
Existen alternativas a estos tipos de encadenamientos sistémicos, que requieren otro espacio para exponerlas con mayor detalle. Solo mencionamos tres elementos: «desconexión selectiva», «comercio de los pueblos intrarregional estilo ALBA en pro primordialmente de una soberanía alimentaria», y «transiciones desde la soberanía y administración territorial visto desde las comunas».