Fuente: Lucas Paulinovich / Brujulacomunicacion.com
Cristina y Wen Jiabao, primer ministro chino, se dan la mano para la foto: acaban de anunciar un convenio para el reacondicionamiento del Belgrano Cargas y el aumento de la producción de soja, que permitirá que los capitales chinos continúen avanzando y profundizando la dependencia de la economía argentina.
Gustavo Grobocopatel hablaba ante la atenta mirada del primer ministro chino, Wen Jiabao. Fue -¿casualidad?- uno de los cinco empresarios que el premier oriental escuchó en su visita al país. Otro de los expositores fue Ignacio Rosner, referente de El Tejar. Fue la primera visita oficial en 27 años de un primer ministro chino, y precisamente presta sus oídos a las palabras de los titulares de dos de los emblemas de la concentración de la tierra y de la producción. Los Grobo y El Tejar son dos entidades que captan capitales buitres y conforman esos fondos de inversión conocidos como “pooles de siembra”. En otras palabras: son dos empresarios que se dedican a brindarle facilidades a los grandes capitales especulativos a costa del trabajo de miles de pequeños productores y de las posibilidades productivas del país. “Los acuerdos que firmamos con la Argentina tienen como propósito asegurar la continuidad de nuestro comercio agrícola”, dijo Jiabao. Los mensajes cobran sentido según el contexto y los interlocutores: ¿cómo no pensar, entonces, que no se trata de profundizar la concentración y extranjerización de la economía argentina? El primer ministro asiático cerró las dudas: anunció la creación de un Fondo de Reservas de Granos, con financiamiento de China, para adelantar a los productores un 10 por ciento del importe total de granos que compren a la Argentina, para que puedan pagar insumos, adquirir maquinarias, abonar salarios o solventar otros gastos corrientes. Así cumplía las expectativas de los dos megaempresarios del agro que habían suplicado por líneas de financiamiento desde China, lo que puesto en boca de los responsables de fondos de inversiones de capitales buitres, suena a incitación a la depredación.
La argentina del China Town
La presencia de los capitales chinos en la economía argentina ha ido creciendo considerablemente. El problema es que se trató de un crecimiento que privilegia a una minoría. Ese crecimiento, en esas condiciones, se reconoce como dependencia. El comercio con China representa el 10% del total de los intercambios externos de la Argentina. Pero el número esconde una trampa: China es el principal destino de la soja argentina, columna vertebral de la estructura económica nacional. La Argentina recauda aproximadamente 25 mil millones de pesos anuales por las exportaciones de soja. En total, de derechos de exportación, el estado recibió en 2010 45 mil millones de pesos. Es decir: la soja representa más del 50% de los ingresos por ventas al exterior.
Pero las relaciones no son parejas: en 2010, Argentina pasó a ser el cuarto socio comercial de China en América Latina. Ni siquiera en el podio. En cambio, en el mismo periodo, China saltó al segundo puesto en las relaciones comerciales Argentina. De acuerdo al Indec, las exportaciones de la Argentina hacia China fueron por un total de 5.796 millones de dólares. Lo que China mandó para acá, sumó 7.649 millones de dólares. La balanza comercial revela la desventaja: mientras vendemos casi únicamente productos agrícolas, con bajo valor agregado, recibimos toneladas de productos industrializados que inundan nuestro mercado interno: en 2010, la Argentina recibió de China principalmente computadoras, partes para aparatos de radio y televisión, partes de máquinas, glifosato, motocicletas, teléfonos celulares o videomonitores y videoproyectores.
Los capitales chinos acompañaron la concentración y extranjerización de la economía argentina. Y (¡lástima!) no fue justamente Menem quien lo hizo: entre 1998 y 2010, cuando el menemismo era un pasado patibulario, la participación de los cinco consorcios exportadores pasó del 33% al 84% del total de las ventas. En la exportación de granos, las corporaciones (en su mayoría extranjeras) aumentaron del 51% al 70%. En el mismo periodo, las ventas las dejaron de hacer entidades nacionales como Agricultores Federados Argentinos o la Federación Argentina de Cooperativas Agrarias: en 2010, el comercio exterior de la Argentina era controlado por oligopolios extranjeros como Cargill, A. Toepfer, ADM Argentina, Dreyfus o Bunge. Los chinos –obviamente- no podían quedar afuera: esa lista de grandes oligopolios integra a Noble, empresa de capitales de origen chino.
Reinaugurando el granero
El relato dice que la alianza con China permitirá el desarrollo integral de la economía nacional. Sin embargo, la dependencia es evidente: en 2010 los productos del complejo sojero (porotos y aceite de soja) concentraron el 89,6% de las exportaciones agrícolas argentinas a China. A partir de 2004, con la visita del entonces presidente Néstor Kirchner a Beijing, las relaciones se estrecharon. Tanto se estrecharon que comienzan a asfixiar a la Argentina. En aquella oportunidad se firmó un Memorando de Entendimiento: el gobierno chino consiguió el apoyo argentino para entrar a la Organización Mundial del Comercio (OMC) y la Argentina se aseguraba que incrementaría sus exportaciones en cinco años por 4 mil millones de dólares. La cuestión no detallada, es que esas exportaciones se concentrarían en el complejo sojero. Las áreas de la economía donde se invierten los capitales chinos, hablan por sí solas: petróleo y minería; ferrocarriles y puertos; bancos y fondos de inversión; propiedad de la tierra. Todas, sin excepción, ligadas a la actividad extractiva de recursos nacionales: tierras, minas o yacimientos para succionar, bancos y fondos para financiar, ferrocarriles y barcos para trasladar. Más claro, echale agua.
Algo parecido a lo que ocurre con el acuerdo firmado entre Cristina y Wen Jiabao ahora: los chinos ponen la plata para reconstruir el Belgrano Cargas y apuntan a que la Argentina produzca 20 millones de toneladas más de soja. Están bien dispuestos para el negocio: el acuerdo firmado entre el Ministerio de Economía y el Banco de Desarrollo y de Cooperación Industrial de China establecen el financiamiento del proyecto por 2.400 millones de dólares y la provisión de medio centenar de locomotoras y dos mil vagones. También se suscribió una carta de intención de préstamo entre el Banco de Inversión y Comercio Exterior argentino y el Banco de Desarrollo chino. ¿Política de desendeudamiento?
Pero la generosidad china tiene sus razones: el Belgrano Cargas atraviesa catorce provincias de la Argentina desde el norte (conectando con Bolivia y Chile) hasta el centro del país. ¿Dónde desemboca el ramal que los chinos acondicionarán? Casualidad: en el puerto de Timbúes, Santa Fe, perteneciente, justamente, a la empresa Noble, de capitales… chinos. El acuerdo, aunque anunciado ahora, no es nuevo: los convenios se firmaron durante la visita de Cristina Fernández al país oriental en el 2010. La empresa Nacional Machinery & Equipment Import & Export se comprometió entonces a destinar 10 mil millones de dólares para arreglar dos ramales del Belgrano Cargas y renomás 1.500 kilómetros de vías. “Pekín considera a la logística y el transporte de granos un tema estratégico, por eso vienen a invertir en la Argentina”, afirmó Ernesto Fernández Taboada, director de la Cámara de la Producción, la Industria y el Comercio Argentino-China. En esa entidad, Franco Macri, gestor de negocios de las empresas chinas en Argentina, designado en 2006 por el propio gobierno asiático, es presidente honorario.
El padre de Mauricio fue el intermediario en los acuerdos firmados. No se olvidó de su hijo: el negocio la compra de coches para el subterráneo de la ciudad de Buenos Aires, por 10.000 millones de dólares. ¿Quién negocio esos convenios? No podía ser otro más que alguien que uniera el kirchnerismo y el macrismo, dos polos que aparentar ser opuestos: el actual secretario de Transporte de la Nación, Juan Pablo Schiavi, quien hasta 2003 había sido jefe de campaña de Mauricio Macri. Es que Mauricio también comprende la importancia de la “Alianza Estratégica” para los grandes capitales que exprimen la economía argentina: como no suele practicar la sagacidad y la sutileza confesó sin tapujos: “la alianza estratégica con China es el camino para que la Argentina se integre hacia adentro y hacia afuera… La Argentina de los alimentos puede ser la Arabia Saudita del petróleo”. El sinceramiento fue en el marco de un seminario realizado en el Banco de la Ciudad de Buenos Aires, en 2008. El motivo del encuentro: “China, una oportunidad histórica para la Argentina”.
“Papá” Macri fue claro despejando dudas sobre la identidad de ambos proyectos políticos: “desde el punto de vista del afecto obviamente lo votaría a Mauricio, [pero] desde el punto de vista de la racionalidad, lo voto a Kirchner”, supo decir. Antes había borrado las diferencias entre su hijo y el kirchnerismo: el proyecto de país agroexportador, en lo esencial, es el mismo. La diferencia del voto racional tiene una razón más terrenal: el establishment difícilmente pueda permitirse la burda torpeza del expresidente de Boca y prefiere apostar a la racionalidad kirchnerista, que incluso le permite disimular el despojo.