Fuente: Abeceb
En su reciente gira por China, la primera mandataria firmó 15 acuerdos de cooperación en el marco de la alianza estratégica con el gigante asiático. El motivo de esta controversial alianza, que no fue discutida apropiadamente en el Congreso ni con los representantes de la dirigencia empresaria, es muy concreto: solucionar la restricción externa. El riesgo es que, en aras de hacerlo, se sacrifique la competitividad y el desarrollo industrial
La presidenta Cristina Kirchner regresó este fin de semana de su largo viaje por China con 15 acuerdos firmados que se suman a los 20 que suscribió en julio pasado, cuando Xi Jinping visitó la Casa Rosada, acompañado por más de 200 empresarios del gigante asiático. Esta “relación fundacional” y “alianza estratégica internacional”, como se la bautizó oficialmente, ya generó reacciones de sectores productivos locales que vislumbran una competencia poco clara y en desventaja con las firmas del gigante oriental.
La inquietud que se plantea es por qué un acuerdo estratégico se firma sin consensos políticos ni privados. La respuesta es simple y repite eventos del pasado. La razón que explica de manera determinante la urgencia por firmar este acuerdo es la restricción externa. Las reservas del Banco Central estaban cayendo de manera riesgosa y China ofreció financiamiento vía un swap que el gobierno ya ha empezado a utilizar y que le permitió mostrar a fin de 2014, un nivel de activos superior a los USD 31.000 millones en la autoridad monetaria.
El convenio, que no ha tenido una discusión apropiada en el Congreso ni con los representantes de la dirigencia empresaria argentina, posee tres puntos controversiales: el artículo 4 que anticipa ciertas facilidades para las importaciones industriales chinas en proyectos prioritarios; el 5 que prevé un plan quinquenal de infraestructura con créditos atados para financiamiento pero que se saltea las licitaciones competitivas, y el 6 que permite el uso de mano de obra importada de China.
Un acuerdo tan amplio con un país tan competitivo como China no permite ser optimista respecto del grado de participación que tendrá la industria nacional en la tarea de reconstrucción del sector energético y de buena parte de las obras de infraestructura que el país deberá emprender en los próximos años. Eso es lo que preocupa al empresariado local que ha encendido la luz de alarma cuestionando fundamentalmente las adjudicaciones directas y la contratación de mano de obra ajena.
Como en la próxima década no habrá crecimiento sin inversión en infraestructura, es vital para incentivar el desarrollo de la industria nacional lograr que la misma participe del proceso. El acuerdo con Xi Jinping parece moverse en sentido opuesto.
Una mayor apertura con China en términos de inversión industrial e infraestructura en “sectores prioritarios” seguramente estará acompañada por facilidades para importar bienes manufacturados de ese país. Con ello, es muy poco probable que la industria nacional o nuestros socios del Mercosur logren beneficiarse con la demanda generada por los sectores prioritarios. Un hecho que, por otra parte, no será gratuito: es muy probable que Brasil tome medidas para cobrarse el hecho de quedar en desventaja competitiva debido a un acuerdo firmado por el gobierno y no por razones de mercado. Y Brasil es el único mercado donde logramos colocar una cantidad más o menos apreciable de productos industriales con valor agregado.
Tampoco los trabajadores sindicalizados tienen mucho para festejar. El acuerdo anticipa que podrá importarse mano de obra China.
Entonces, la restricción de liquidez en divisas determina que nuestro país renuncie a tener una política industrial propia, coordinada con la inversión en infraestructura y, también, a basar el régimen de obra pública en un proceso de licitaciones competitivo orientado a minimizar los costos para el Estado.
Esta asfixia financiera ha impulsado al gobierno a tratar –con variado éxito– de colocar deuda pública a tasas que duplican las que pagan otros países emergentes de la región. Sin embargo, en el caso del acuerdo con China las consecuencias pueden ser mucho más negativas a largo plazo. Si los intereses de la deuda son altos habrá una carga más alta de servicios de la deuda por un tiempo. Pero despojarse de la política industrial y dañar la relación con nuestro principal socio estratégico puede tener consecuencias irreversibles sobre nuestro desarrollo industrial.
Tanto el swap con China como el atraso del tipo de cambio en los últimos meses han rendido sus frutos: las reservas dejaron de caer y la inflación se desaceleró. Pero ello se hizo a costa de la competitividad y del desarrollo industrial.