Fuente: Agencia Rodolfo Walsh
La gira presidencial por China en busca de afianzar la Alianza Estratégica Integral, se enmarca en una discusión esquivada por todos los sectores: la del modelo extractivista y sus consecuencias en la economía, en la soberanía nacional y, fundamentalmente, en las vidas de los habitantes y sus culturas. Una visión a largo plazo que no se cuestiona, en la que asoman visos de dependencia colonial.
La presidenta, Cristina Fernández, se reunió con directivos de las 30 empresas líderes de China en el marco de la gira que realiza por el país asiático con el fin de consolidar la “asociación estratégica integral”. Los alcances de esa decisión política quedaron definidos en palabras de la propia mandataria: “no es una política de este gobierno o de un espacio político, sino una política pública de Estado en la República Argentina”. La certidumbre de todos los candidatos a la sucesión en la gestión de gobierno acerca de las ventajas que otorga la alianza comercial con China queda vista en el silencio cordial que reina en torno a la discusión del modelo productivo: prácticamente ninguno se refirió al tema en sus campañas y son aisladas las voces que advierten sobre los peligros de una relación que se estrecha tanto que asoman visos de dependencia colonial.
En sus declaraciones, la presidenta se encargó de aclarar los atributos provechosos que tiene la Argentina para insertarse en esa nueva distribución de tareas mundial. Mencionó que la Argentina es el octavo país en extensión del mundo, con características muy particulares para ponerlo como productor de alimentos. Casi toda su superficie es cultivable y los avances tecnológicos facilitan el desplazamiento de la producción granaria hacia geografías no tradicionales. Las propuestas en danza sobre un posible traslado de la capital hacia Santiago del Estero, provincia equidistante de los dos océanos que proporcionaría la salida hacia el Asia Pacífico (agitado como iniciativa por el precandidato oficial y ex ministro de Agricultura, Julián Domínguez) y los sucesivos encuentros con los monopolios en la producción y comercialización de biotecnología (negociaciones con Monsanto y acuerdos de adelantos de divisas con las grandes cerealeras) tanto como la presencia amena de exponentes insignes de los agronegocios en las reuniones oficiales, ratifican una línea de acción que no parece ser discutida: “prácticamente toda su superficie es cultivable, inclusive lo que se consideraba casi un desierto, como es la Patagonia, a partir de obras de irrigación y de la biotecnología que se produce con las semillas, en un futuro se podrá producir granos y alimentos desde Jujuy hasta Tierra del Fuego”, afirma la información publicada en la página del Ministerio de Agricultura.
Las oportunidades del Gran Almacén
El titular de la cartera, Carlos Casamiquela, que acompaña a la presidenta en su ronda asiática, también apuntó en ese rumbo elegido: “Argentina produce energía alimenticia para 400 millones de habitantes y cuenta con recursos de agua y suelo, profesionales fuertemente instruidos, industria desarrollada, insumos y un sector metalmecánico dinámico, sumada a la capacidad de nuestros productores que es reconocida en el mundo”. Esa afirmación descontextualizada de su marco histórico contribuye a ocultar las consecuencias directas de ese modelo, exhibidas trágicamente en las comunidades desplazadas, la contaminación del agua y el aire, la deforestación masiva de bosques nativos, la paulatina devastación de los suelos (de acuerdo a Marcos Penna, ingeniero agrónomo y subgerente de insumos agropecuarios la Asociación de Cooperativas Argentinas, entre un 60 y un 70 % de los nutrientes que se extraen del suelo no son repuestos) y, sobretodo, la introducción rapaz de grandes empresas de capital extranjero en la explotación de los recursos naturales con abundantes prerrogativas para la práctica del despojo. Un modelo que impulsa la expansión de la pampa productivista a toda la geografía nacional, arrasando con la tierra, las cosmovisiones y las prácticas de vida. Agrociudades exportadoras de norte a sur.
Esos convenios, entre los que las empresas chinas son grandes protagonistas, ganaron en detalles durante el cónclave en el que se avanzó sobre los temas vinculados a los proyectos de construcción de las represas Néstor Kirchner y Jorge Cepernic, cuyos fines están emparentados al desarrollo de mecanismos de riego artificial; las inversiones mineras impulsadas por los yacimientos de Vaca Muerta y las minas de potasio y litio no aprovechadas por la gran explotación; y los acuerdos prosperados en relación al sector nuclear, la electrónica, la fabricación de satélites, la industria farmacéutica y ferroviaria.
Un completo panorama de oportunidades que, inscripto en las condiciones objetivas, se establece como un pilar más en la profundización de un modelo agroextractivo que está trayendo drásticos resultados en un nivel humano y político.
Antiimperialismo político, dependencia comercial
La alianza comercial con China se sostiene en la promoción de las posibilidades de la producción agroalimentaria argentina. En el contexto global y según las características particulares de los actores en juego, eso implica la continuación del modelo productivo a gran escala y centrado en productos de bajo valor agregado. Una reprimarización productiva que lleva a la especialización en pocos productos, en manos de pocas empresas. La inequidad entre la potencia de la demanda china (que concentra el 80% de las compras externas de los productos del complejo sojero nacional) y la oferta argentina delinea nuevos trazos de dependencia que hunden a la Argentina en una situación de nuevo almacén mundial.
La conveniencia política del acercamiento al bloque de “potencias emergentes” fogueada por el gobierno como explicación de la “alianza estratégica integral” con el fin de ejercer un contrapeso a la influencia occidental tradicional, no puede desconocer los efectos económico-comerciales que la acompañan. La presencia china en el conteniente es expansiva y sus métodos, si bien difieren de los usos imperialistas clásicos de la modernidad y se plantean en otros términos, arrastran consecuencias nefastas para la soberanía nacional y el desarrollo vital de la población. Una expansión colonialista según los nuevos tiempos.
Durante el 2013, las exportaciones de productos agroindustriales (donde los grandes monopolios tienen un rol preeminente y administrador) representaron el 81,77% de los envíos totales a China. Los principales productos vendidos fueron habas de soja, tabaco, aceite en bruto de girasol, harinas y pellets de invertebrados acuáticos. Esos números fueron arrojados durante la realización de la Segunda Reunión de Diálogo Estratégico para la Cooperación y la Coordinación Económica Argentina-China, una serie de encuentros entre las naciones que se prometen como diálogos sur-sur o negociaciones simétricas entre estados equivalentes en su fuerza.
Esa es la filosofía que inspira al Plan Estratégico Agroalimentario que para el 2020 se propone alcanzar las 150 millones de toneladas de granos, incorporando parte de las seis millones de hectáreas vírgenes de productividad en el norte argentino: “estamos en condiciones de mejorar y aumentar la provisión de alimentos a China”, informó Casamiquela a las autoridades chinas. Es dudoso que los intercambios en materia de investigación y conocimiento técnico que se pactaron entre los dos países tengan como objetivo el desarrollo de líneas que no se correspondan con esas metas estratégicas. Que no sean, en definitiva, un paso más en la apropiación de la renta tecnológica derivada de la gran producción moderna.
El amor después de la oposición
Estos coqueteos del kirchnerismo con la promesa china del gran comprador no son espontáneas ocurrencias de los funcionarios, sino que surgen de una necesidad efectiva de la gestión: el neodesarrollismo concibe la necesidad de altos ingresos para la aplicación de políticas públicas activas. En todo caso, hay una urgencia fiscal. Esa necesidad se impone mediante el acuerdo tácito con los sectores concentrados del agro, quienes han sabido montarse al carro de la “modernización productiva” consagrada con la siembra directa, los desarrollos biotecnológicos y los agroquímicos. Un diseño de agronegocios que dejó conformes a todos: al gobierno, proveyéndole divisas frescas y en cantidad; y a los empresarios del sector, que acaudalaron un capital económico y político inédito y pueden ejercer su influencia arbitraria sobre los territorios que dominan. La fundación de la Argentina en 4×4.
Ese formato que desconoce particularidades culturales, modos de vida y todo cuidado de la biodiversidad, que impone una relación netamente productivista-extractiva con el medio natural y subasta el futuro del patrimonio nacional, intenta ser legitimado desde diferentes cenáculos y simposios promoviendo nociones como “desarrollo sustentable” o “convivencia pacífica” entre los modelos de producción. Un intento elegante por esconder los resultados.
El 2014 terminó con la puesta en escena de varios de estos encuentros que sentaron en una misma mesa a exponentes de los agronegocios y organizaciones campesinas y de agricultura familiar. En Salta, por noviembre, estuvieron los representantes de Acsoja y Aapresid junto con la dirigencia del Mocase-Vía Campesina, el Movimiento Nacional Campesino-Indígena y otras organizaciones, convocados por el Ministerio de Agricultura y la Iglesia Católica. Esa “mesa de diálogo” se desplegaba mientras se discutía la sanción de una Ley de Agricultura Familiar que en una primera instancia fue aprobada sin presupuesto, como un gesto elocuente del interés de los representantes políticos.
Desde la Cámara Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola, que festejó sus 30 años, invitaron como disertantes al analista y ex funcionario menemista, Jorge Castro, y a Juan Llach. La propuesta se enmarcaba en la consigna “hablemos del futuro” y ahí quedaron expuestas las prioridades de esos sectores: que la Argentina no desperdicie esta gran oportunidad que se abre con el crecimiento de la demanda de los agroalimentos y las nuevas energías, para lo que es necesario moderar el nivel inflacionario, rebajar la presión impositiva y generar nuevas políticas de incentivo a la producción. Asumir el rol en la distribución internacional del trabajo, en fin.
Una propuesta a la medida: continuar con las grandes líneas del modelo productivo, pero mejorar en los aspectos desfavorables para la concentración de la renta extraordinaria. “La intensificación de la producción agroalimentaria que permitiría alcanzar una cosecha de granos de 120/130 millones de toneladas en 2020 con incentivos favorables al sector y en el contexto de una demanda mundial de alimentos extremadamente dinámica, proveniente de China/ Asia, donde las importaciones de soja pasarán de 70 millones de toneladas este año a 120/ 125 millones en 2023/ 2024, según la estimación del Departamento de Agricultura de Estados Unidos”, detallo Castro. En ese contexto de nuevas relaciones amigables con el mundo, es indispensable asegurar el esqueleto del modelo: las inversiones. “En este ámbito también se espera el ingreso en gran escala de inversiones del exterior hacia todos los eslabones de la cadena de producción agroalimentaria provenientes de las grandes empresas transnacionales de alimentos (Cargill, Dreyfus, ADM, entre otras), a las que hay que sumarles la incorporación de capitales chinos de envergadura, canalizados a través de Nidera y Noble, y en general de las grandes compañías de importación de granos de la República Popular China”, clarificó el analista. Y que nadie quede sin su porción.