Fuente: Cronista
Hoy ya nadie discute que el desarrollo internacional más relevante de las últimas décadas ha sido el surgimiento de China como una gran potencia económica. ¡Y tecnológica! A la luz de los supuestos resultados de las próximas elecciones, y en base a lo que veremos en el desarrollo de esta nota, el coloso oriental tal vez adquiera en nuestro país un potenciado rol, como inversor e impulsor tecnológico.
A fines de los ’70, China comenzó a reformar su economía, con una visión de largo plazo, a partir de las fórmulas aplicadas por las economías capitalistas. En 1980 su PBI alcanzaba los u$s 200.000 millones. En 2018 superó los u$s 14 trillones. Desde 2000 hasta hoy, su PBI respecto del de EE.UU. pasó de 12% a 65%.
Hoy detenta liderazgo en varios sectores y su economía es diversificada y sofisticada. Así, su valor agregado industrial pasó de u$s 91.000 millones en 1980 a u$s 5500 trillones en 2018. Se ha insertado en la globalización convirtiéndose en el principal socio de más de dos tercios de los países y ha sido un formidable receptor de inversiones.
La inversión respecto de su PBI ascendió al 41% promedio anual desde 1990 hasta hoy. Sus exportaciones crecieron desde 2000 a hoy a un promedio del 14% anual, mientras que el superávit de su cuenta corriente pasó de u$s 20.000 millones a u$s 164.000 millones en el mismo período.
Su ingreso a la OMC le ayudó a crear un vasto centro de fabricación de bienes de mano de obra intensiva que, conjugado con la revolución digital, permitió a las empresas multinacionales ampliar desde allí sus cadenas de suministro a todo el mundo; quedó integrada al comercio mundial.
Estamos siendo testigos de una disputa entre Estados Unidos y China, pero en realidad no es el déficit comercial, sino el impactante crecimiento de China, su progreso tecnológico y su futuro rol económico y militar lo que preocupa a los estadounidenses.
A medida que China se transformaba, la llamada “teoría de la convergencia” plasmó la idea que su progreso e integración en la economía mundial los obligaría a liberalizarse política y económicamente. Actualmente, la visión mayoritaria estadounidense sostiene que China, creció sin democratizarse y su gobierno se volvió más ideológico y represivo con una cosmovisión autoritaria, interna y externa. Xi Jinping, sugirió que el “modelo chino” ofrece a países desencantados con la “democracia de mercado” un camino diferente para el desarrollo. Ello no deja de seducir a muchos autócratas.
Pero los analistas más laxos sostienen que estos desarrollos no son una estrategia para debilitar a las democracias sino una para consolidar el poder interno del Partido Comunista Chino.
En materia de política internacional adoptó una posición ambiciosa y expansiva, materializada en la iniciativa Belt & Road (BRI), un plan de conectividad logística que se extiende al Asia, Europa y ha llegado a América Latina. Lo ha presentado como un acuerdo abierto en el que todos pueden participar. Hay, incluyendo China, 71 países ubicados a lo largo de los corredores logísticos BRI. En 2017, estas economías recibieron en conjunto el 35% de las inversiones extranjeras directas mundiales y representaron el 40% de las exportaciones de mercaderías. Los proyectos fuera de China que ya están en ejecución o planificados, ascienden a u$s 575.000 millones.
Desde 2000 hasta nuestros días China invirtió en Latinoamérica u$s 80.000 millones a través de préstamos e inversiones directas. En abril último la consejera económica y comercial china en Argentina afirmó que ya existen 80 compañías radicadas con una inversión estimada de u$s 10.000 millones.
Para mantener sus altos índices de crecimiento y productividad China tiene que desplazar su producción a sectores de mayor valor agregado, siguiendo el derrotero de Japón, Hong Kong, Singapur, Taiwán y Corea del Sur. Esto implica transformarse en una economía basada en la innovación, a partir del gasto en investigación, capital humano y educación.
Con este objetivo, en 2015, lanzó el “Made in China 2025″afirmando que aspira a pasar de ser el “Made in China” al “Invented in China”. Se trata de una estrategia que apunta a convertirse entre 2035 a 2045 en líder de la innovación mundial.
El plan se extiende a los sectores de equipamiento electrónico, tecnologías de la información, maquinaria agrícola, equipamiento aeroespacial, nuevos materiales, equipamiento ferroviario, ahorro energético y vehículos con base en nuevas energías, ingeniería de equipamiento marítimo y barcos de tecnología avanzada, herramientas de control numérico y robótica y equipamiento médico. Anunció que el gobierno chino invertirá más de u$s 100.000 millones en el diseño y fabricación de semiconductores.
Todas las iniciativas chinas están relacionadas de una u otra forma con la evolución tecnológica. En sus albores la copia era la norma y aún hoy es sospechada de robo de patentes. Aun así, generó un ecosistema tecnológico vibrante donde se crearon empresas de clase mundial como Baidu, Alibaba y Tencent.
China es hoy auténtica potencia de inteligencia artificial (AI) y pretende ser en 2030 “el” centro de la innovación global en teoría, tecnología y aplicaciones. Dos tercios de la inversión mundial en AI se está volcada a China que ya tiene una presencia relevante en áreas como drones y reconocimiento facial.
Para dar una dimensión del fenómeno AI en China, el capital de riesgo en 2014 alcanzó a u$s 12.000 millones, pasando a u$s 26.000 millones en 2015.
Hasta hace poco la percepción de occidente sobre la tecnología china tendía a ser despectiva. Pero algunos expertos creen que China podría efectivamente destronar a EE.UU. como la fuerza tecnológica líder del mundo y seguir expandiendo en base a ella su alcance global. También en Argentina.