Fuente:Santiago Tunez
*La entrevista fue publicada por el autor en la edición Junio/Julio 2015 de la revista OrientAr. Foto de Bernardino Ávila.
A los 88 años, Aldo Ferrer habla con la experiencia de quien observó múltiples cambios en la economía nacional y la geopolítica global. Dice, en ese sentido, que la República Popular China es un símbolo de los movimientos en el mapa mundial. “Puso fin al viejo orden establecido desde el Atlántico Norte y, ahora, vemos un mundo multipolar”, celebra el ex embajador en Francia. Y con el mismo entusiasmo, respalda la relación de la Argentina con la potencia asiática, aunque sin dejar de plantear ciertas advertencias. “Yo suelo decir que la Argentina tiene y tendrá con China la relación que se merezca en virtud de su propia política. En la medida que avance en su proceso de industrialización y transformación productiva, habrá un escenario rico. Y si esto no ocurre, se reproducirá con los chinos la misma relación que tuvimos con el Atlántico Norte. Seremos abastecedores de productos de poco valor agregado y de menor densidad tecnológica, lo que no es una buena forma de asociación para el desarrollo”, considera el integrante del Grupo Fénix.
Ferrer analiza el vínculo bilateral en su departamento de Barrio Norte. Anochece en Buenos Aires y quedan pocas horas para el comienzo del fin de semana. Poco parece importarle el descanso que se viene. Escucha las preguntas de su interlocutor e hilvana pensamientos con rapidez. Así, después de enfocarse en el futuro de los lazos con el país asiático, evalúa el presente. “El balance es desequilibrado, porque lo que importamos desde China tiene mucho más valor agregado y tecnología que lo que exportamos hacia allá. Y si este tipo de relación se prolonga en el tiempo, configurará para nuestro país un vínculo que no le permitirá aprovechar la existencia de un mercado como el chino para su propia transformación”, sostiene el economista y ex titular del Banco Provincia durante la presidencia de Raúl Alfonsín.
-Más allá de prestarle atención a su propio desarrollo, ¿nuestro país debe tener en cuenta también la diferencia de tamaño con la economía china?
-El tamaño de las economías no influye en la calidad de las relaciones. Tal vez, el caso más notorio sea el de Corea del Sur; un país muy pequeño territorialmente, con una población parecida a la de Argentina, que se ha convertido en una potencia industrial de primer nivel que mantiene con China un intercambio equilibrado en valor agregado y tecnología. Participan en cadenas de valor globales y hay equilibrio en el intercambio, a pesar de la enorme diferencia de tamaño que existe entre ambas economías. Lo mismo pasa en algunos países de Europa, donde hay economías altamente industrializadas. Entonces, el tamaño no influye; sí, la estructura productiva de cada economía.
-¿Y qué puntos no pueden descuidarse en ese aspecto?
-Cuando China comercializa con países industriales, hay un intercambio equilibrado. Cuando lo hace con países subindustriales, se produce un vínculo desequilibrado. Eso es lo que tenemos que evitar, pero no depende de China, sino de nosotros mismos. Los chinos tienen su dinámica como una gran potencia industrial, y no van a venir a decirnos qué es lo que debemos hacer. Una de las grandes ventajas de esta relación, a diferencia de lo que son los lazos con las viejas economías industriales del Atlántico Norte, e incluso con el FMI y el Banco Mundial, es que China no tiene condicionalidades en su comercio. No hay un Consenso de Beijing que venga a reproducir el Consenso de Washington. Es un avance muy importante.
-Dentro de los acuerdos que se firmaron en febrero y que ya son ley, hubo cuestionamientos a la adjudicación directa de obras. ¿Cómo analiza ese punto?
-La Argentina tiene un problema en la relación con China: la falta de dólares. Hubo un acuerdo positivo desde el punto de vista de los bancos centrales, que fue el swap de monedas. Y en la promoción de sus exportaciones, China brinda créditos de proveedores a largo plazo. Para nuestro país, los créditos de proveedores no son los mejores, porque implican que uno gasta el crédito para comprar en la otra parte. Por la falta de dólares para comprar donde mejor nos convenga, podemos recaer en los créditos para proveedores que traen en sí mismo un componente importado de cosas que la Argentina puede hacer. Lo que menos nos conviene con China son los créditos de proveedores, algo que hemos visto en los negocios ferroviarios, donde se han hecho cosas que hacían falta, pero con elementos que vienen de China y que la Argentina podía hacer. Es un aspecto a manejar con cuidado.
En la medida que la Argentina avance en su proceso de industrialización y transformación productiva, habrá un escenario rico con China. Y si esto no ocurre, se reproducirá la misma relación que tuvimos con el Atlántico Norte”, advierte el economista.
¿Son justificadas entonces las críticas que algunos sectores de la Unión Industrial Argentina le hicieron a los convenios con China?
No, las críticas a la relación con China desde los sectores neoliberales son inaceptables, porque se les vino un impulso nacionalista que no tuvieron en los tiempos que la Argentina era un apéndice de la economía inglesa o del Atlántico Norte. China no es una amenaza para la soberanía argentina; al contrario, amplió las oportunidades del país. Pero la dinámica del desarrollo de los dos países va a estructurar una relación que puede reproducir el desequilibrio, y eso es lo que no nos conviene. Este es un problema originado por la falta de dólares por las restricciones externas, que debemos superar generando dólares genuinos que surjan de la producción y dólares de libre disponibilidad.
Al margen de su proceso de industrialización y transformación que debe encarar, ¿cómo puede remarcar la Argentina que las inversiones chinas privilegien el desarrollo local, y no terminen respondiendo a los intereses de la casa filial de Beijing u otra ciudad china?
-Está muy bien mencionar ese aspecto, porque podemos reproducir con China el viejo estilo de la inversión extranjera directa, que llevó a un extraordinario grado de extranjerización de la economía argentina, y al achicamiento del protagonismo del empresariado privado. Lo que debemos hacer en materia de régimen de inversiones extranjeras es exactamente lo que hacen los chinos con su régimen de inversiones extranjeras. China y Corea del Sur son dos países que reciben enorme de cantidad de inversiones externas, y tienen los dos regímenes más restrictivos de ingreso de inversiones extranjeras. Sólo se aceptan inversiones extranjeras para cumplir objetivos compatibles con el desarrollo local. No se les entrega el mercado.
-Quedan pocos meses para las elecciones y es claro que habrá dos modelos de país en juego. ¿Cuál es el que más conviene teniendo en cuenta el futuro de la relación con China?
-Lo que divide la posición dentro de nuestro país es el tema de la soberanía. La opinión neoliberal, que es histórica y estructuró las relaciones con Inglaterra y Estados Unidos, supone que la Argentina es un segmento del mercado mundial y debe seguir sus corrientes, y ocupar el lugar que le asignan en ese ámbito. Esa fue la visión que tuvo lugar en tiempos de la dictadura, en la década del ’90, y que nos llevó al endeudamiento, el desequilibrio y la desindustrialización. Después, aparece la otra visión, también con raíces históricas, del país con capacidad, con recursos, que debe afirmar su soberanía y su Estado para industrializarse, transformarse y constituirse a la altura de los recursos de la Argentina. Entonces, yo diría que si tiene éxito la vieja versión neoliberal, la relación con China va a ser mediocre en el futuro y no contribuirá al desarrollo argentino. La otra versión, la soberanista y del Estado nacional integrado al sector privado, llevará a la transformación argentina y multiplicará las oportunidades de negocios con China.