China, la nueva Ruta de la Seda y los cambios comerciales que enfrentará el mundo

Fuente: La Nación

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En 2013, el presidente chino, Xi Jinping, propuso la creación de una nueva Ruta de la Seda. En realidad, serán dos: una terrestre y otra marítima, que unirá 60 países, y -con cifras aproximadas- el 70% de la población mundial, bastante más de la mitad del PBI mundial y el 75% de las reservas de energía del mundo conocidas hasta ahora. Se espera que se tarde unos 25 años e involucre una cifra de inversión que no me puedo imaginar.

Conectará el Lejano Oriente, el sudeste asiático, Asia Central y Europa. Generará una reducción de costos de transporte, facilidades de movimientos migratorios, difusión de conocimientos, tendrá indudablemente efectos de alguna integración económica y, tal vez, algún nivel de integración política. Aunque es fundamentalmente financiada por el gobierno chino, cada país autoriza el paso de trenes, organiza los puertos y caminos, facilita el tránsito de mercaderías y puede unir a su población a este fenomenal flujo de comercio.

Aunque aún está en fases primitivas, ya hay un tren que desde Shanghai puede llegar hasta Londres, cruzando el Canal de la Mancha. Los países europeos se disputan los lugares donde se ubicarán los puertos para esta ruta y, como los niños, “si no me toca a mí, me llevo la pelota”. Hay presiones para que no sea otro el país que obtenga estas inversiones, pero al mismo tiempo todos tienen miedo de la gigante influencia china. Internamente, cada país tiene fuertes divisiones. Como ejemplo, la inversión en el puerto de Pireo, en Grecia, ha sido bloqueada por autoridades arqueológicas, según informó el periódico estadounidense The Wall Street Journal el 3 de abril. Otro ejemplo es que varios países europeos levantan una ceja cuando se plantea que habrá un puerto en Italia, ya sea en la ciudad de Trieste u otro sitio, que implicará varias otras obras de infraestructura. Imagino las acaloradas discusiones (¡italianas!) intentando definir los nuevos derechos y obligaciones para seleccionar el lugar definitivo.
Tan crítica como la ubicación, la decisión de dónde y quién paga cada uno de estos proyectos es de gran importancia. Atención, que si la inversión es totalmente china, sus derechos son mayores.

Los intereses de los empresarios locales cambian y la discusión por “estar cerca” de cada proyecto puede generar algún resquemor respecto de la transparencia con que se definen estos temas. Espero que el lector aprecie la elegancia con que me refiero a. la gigantesca tentación de la corrupción. También habrá una gran discusión política, ya que las decisiones las toman algunos que no necesariamente son los mismos que pagan o reciben beneficios y soportan problemas por estos cambios tectónicos en la red de logística y transporte más grande que la humanidad haya conocido.

También habrá grandes tensiones, ya que se afectarán el poderío de Estados Unidos, las tensas relaciones entre China con Japón o la India y los tristes resabios del colonialismo en África, por nombrar algunos ejemplos. Quienes parecían eficientes en un mundo menos abierto, ya no lo serán. Por ahora, muchas de las obras propuestas no pasan de unas rayas en un mapa y cuentas en un Excel. Hay que prepararse para cuando comiencen a ser realidad.

La Argentina está lejísimos de los recorridos de la Ruta y el Cinturón de la Seda. Sin embargo, estará increíblemente afectada. No tendremos los beneficios de un menor costo de transporte ni integración aduanera. Nuestra posibilidad de crecimiento está íntimamente vinculada a nuestra capacidad de exportar. Vender al mundo es un desafío inmenso, ya que se necesita ser más eficiente que los demás, tener mejores productos, llegar más rápido o más barato. Solo podremos lograr todo esto si mejoramos nuestros procesos.

Tenemos la inmensa ventaja de que, independientemente de lo que otros países produzcan y exporten, sus habitantes siempre necesitarán comer tres veces por día y utilizarán energía de algún tipo. Y la Argentina tiene muchísimo potencial para suplir ambas necesidades. Aún más importante -¡por favor!-, entendamos que tanto la producción agroalimentaria como la de energía tienen un gigantesco valor económico, estratégico y de generación de conocimientos.

Se necesita una gran visión estratégica de nuestros empresarios y gobernantes. El gobierno nacional está luchando con problemas macro como la inflación y el crecimiento, mientras que los gobiernos provinciales o municipales parecieran dedicados a expoliar lo poco que les queda a sus habitantes.

Tal vez podamos pedir algo más sencillo que la visión estratégica de nuestros gobiernos: simplemente no afectar a las inversiones ya realizadas. Insinuar que se aplicará un impuesto al sol o al viento una vez que ya están hechas las inversiones en energía solar o eólica demuestra ceguera. Quitar reintegros y aplicar retenciones, como es el caso del maíz pisingallo o el etanol, demuestra total incomprensión del sector.

Aun así, hay muy buenas noticias. Los (magníficos) puertos en Santa Fe creados por el sector privado funcionan a pleno a pesar de padecer todo tipo de torturas impositivas o regulatorias. Hay inversiones privadas en fibra óptica en el norte del país, en riego, ni hablar de las nuevas líneas aéreas. Un nuevo paso aduanero para camiones de carga en Mendoza, el crecimiento de Vaca Muerta y la posibilidad de exportar energía son otras muestras de cambios en el patrón económico. Todo eso permite que el interior esté mejor comunicado y que sus productos puedan mejorar y eventualmente exportarse.

Quisiera ver que en los colegios se enseñe a creer que la Argentina debe interactuar con el mundo, que las universidades nos guíen en lo que se necesitará dentro de diez años. Ya hay algunos ejemplos de una tenue visión estratégica o impulso que nos lleve a todos los argentinos a trabajar para lograr insertarnos en el mundo. El gran desafío de la Ruta de la Seda debiera obligarnos a pensar en conjunto cómo exportar lo que el mundo necesita. Es nuestro futuro.

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