Fuente: El Periodico.com
Deja votar al pueblo y tendrás un Donald Trump. La victoria del asilvestrado candidato es también la del Partido Comunista de China. La prensa oficial, como la global, se ha referido a Trump como un payaso asilvestrado y tanto su conquista de la Casa Blanca como los navajazos de las elecciones subrayarían la superioridad del sistema chino. Convulsión contra estabilidad, insisten. Su elección, además, revelaría la reacción del pueblo estadounidense contra sus élites económicas y políticas. “Una democracia enferma”, concluye el Diario del Pueblo, órgano oficial del partido. Son días gloriosos para la propaganda china.
No es fácil saber qué candidato disgustaba menos a Pekín. Hillary Clinton es una de las políticas occidentales más odiadas en China desde que afeó en una visita oficial las violaciones de derechos humanos con una virulencia mayor de las habituales fórmulas protocolarias que preceden a la firma de jugosos económicos. Los epítetos leídos en la prensa oficial solo son comparables con los líderes japoneses. Es también la responsable junto a Obama del giro a Asia que ha multiplicado la presencia militar en el vecindario chino hasta lo atosigante.
China fue, probablemente, el único asunto que unió a Trump y Clinton en las elecciones: ambos se abonaron al populista argumento de culparla de todas las miserias de la economía estadounidense. Pero Trump fue mucho más allá. Acusó a China de robarle los empleos a su país o de “violar” a América.
Aún con su sinofobia y sus inherentes incertidumbres, Trump se perfila como un buen presidente para China. Su vociferada guerra comercial no parecen más que fuegos de artificio electorales de aplicación complicada y que en todo caso podría ser castigada por China. Su giro geopolítico, en cambio, parece más viable y dará un respiro a Pekín en el Pacífico.
Es demasiado pronto para predecir su camino, opina Scott Kennedy, sinólogo del Centro de Estudios estratégicos Internacionales (Washington). “Trump piensa que Estados Unidos ha sido excesivamente conciliador y ha proporcionado muchas ayudas a la comunidad internacional sin recibir suficientes beneficios. No está proponiendo el final inmediato de la cooperación sino planteándola como condicional a que reciba más. Si al final hay una guerra comercial con China o reduce sus compromisos militares en Asia dependerá especialmente de cómo sus aliados y China responden a esas nuevas expectativas”, señala.
Su lema de “América, lo primero” no solo presume el final del giro al Pacífico ordenado por Estados Unidos en 2011 tras dejarse los dientes en Irak y Afganistán sino el del equilibrio en la zona. Ahí se han citado Washington y Pekín para discutirse la primacía global con una red de alianzas que recuerda a la Guerra Fría. Trump ha bramado contra el ambicioso tratado comercial para el Asia Pacífico, una de las iniciativas más personales de Obama, por considerarlo que afectaría al empleo nacional.
Trump también ha advertido que no seguirá pagando la factura de las decenas de miles de tropas acuarteladas en Japón y Corea del Sur desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Su defensa nacional, ha añadido, no es asunto estadounidense. Contra la amenaza norcoreana ha sugerido a Seúl y Tokyo que se armen de bombas nucleares. Los sectores más derechistas de ambos países hace ya tiempo que defienden esa opción y el fin del paraguas estadounidense podría acelerar una peligrosa carrera armamentista en la zona más erógena del planeta. La llegada de Trump también podría paralizar otro proyecto inquietante para Pekín. Se trata del despliegue del escudo antimisiles en Corea del Sur. Su finalidad oficial es controlar a Pyongyang, pero a nadie escapa que su radar también fiscalizaría el territorio chino.
Aquel giro al Pacífico supuso la firma de acuerdos de Defensa con países como Filipinas o Vietnam, el traslado hacia la zona de lo mejor del Ejército estadounidense y, en general, una presencia militar masiva en el patio trasero chino. También ha supuesto roces periódicos entre aviones y barcos de ambas potencias en el Mar del Sur de China por la colisión entre la zona de exclusión que reclama Pekín y el derecho a la libre navegación que esgrime Estados Unidos. La élite china juzga que Trump jubilará la política de Obama en la zona, lo que rebajará los nervios y alisará el camino a Pekín para fortalecerse.
Es inevitable que las tensiones continúen entre las dos grandes potencias en alguno de los muchos asuntos que las separan. La buena sintonía personal entre Obama y Xi Jinping, su homólogo chino, ha ayudado a mantenerlas en unos márgenes razonables hasta ahora. La solución se antoja más complicada con el volcánico y populista Trump en la Casa Blanca.
Para Andrew Wedeman, director de Estudios Chinos de la State University de Georgia, el mundo entra en un periodo de incertidumbre. “Yo sería cauto antes de tomar sus declaraciones como una guía fiel. Ha cambiado de opiniones muchas veces para sintonizar con su audiencia y articulado una desconcertante e incoherente combinación de antiglobalismo, xenofobia e intervencionismo radical neo-con. No sabemos a quién va a nombrar para sus equipos de política exterior”, señala.