Fuente: Valor Soja
En el pasado mes de abril la Argentina registró un déficit comercial con China de 399 millones de dólares. Y en el primer cuatrimestre del año acumula un saldo negativo de 2741 M/u$s. Con ninguna otra nación se registra un desbalance tan profundo.
No se trata de una novedad: Argentina viene registrando desde 2008 un déficit comercial creciente con China. En el año 2015, según datos oficiales publicados por el Indec, dicho déficit alcanzó un récord de 6395 millones de dólares.
La paradoja es que China es un consumidor voraz de alimentos, que es, precisamente, el rubro en el cual la Argentina es ultra competitiva. Sin embargo, la mayor parte de las colocaciones a ese destino están concentradas en un solo producto: poroto de soja.
En 2006 Chile firmó un Tratado de Libre Comercio (TLC) con China. Desde entonces el comercio bilateral de Chile con la nación asiática fue superavitario. Los últimos datos oficiales (Direcon) indican que en los primeros tres meses de 2016 el superávit fue de 901 millones de dólares.
Vender alimentos en China –aun con las ventajas de un TLC– no es tarea fácil porque todas las naciones del mundo (muchas de ellas incluso con subsidios estatales gigantescos aplicados al agro) quieren colonizar ese mercado como sea.
En enero-marzo de 2016 el 75% de las exportaciones chilenas a China corresponden a commodities (fundamentalmente cobre). Pero gracias al TLC vienen creciendo las colocaciones de frutas (486 M/u$s en el primer trimestre del año), celulosa (268 M/u$s), vino embotellado (37 M/u$s) y salmón (30 M/u$s), entre otros productos.
Chile registra superávit con China no por ser un campeón en las exportaciones –de hecho le falta mucho para serlo– sino por ser un importador eficiente de bienes finales, los cuales, al ingresar sin restricciones ni cargos arancelarios, se comercializan a precios muy competitivos en el mercado interno (si no pregúntenle a los miles de argentinos que cruzan la cordillera todas las semanas para zafar del afano de los ensambladores seriales argentinos).
La Argentina, al no tener una política de integración comercial con China –ni tampoco con ninguna otra región que no sea el Cono Sur– importa bienes intermedios para ensamblar en el país, algo que, además de exacerbar el consumo de divisas, genera bienes industriales que se comercializan a precios internos carísimos para licuar tanto el salario de los trabajadores como la competitidad general de la economía local.